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Espero que nadie se extrañe que una vez más esta, díganle cronista, investigadora, frustrada escritora me dedique a deleitarme escribiendo sobre mi puerto de Mahón; toda una vida investigando sobre el mismo, su litoral, sus primeras casetas hoy algunos las llaman de vorera antaño, ses casetes de s'altra banda el caso es igual la cuestión es que se mantengan en el recuerdo de cuantos conocimos, habitamos en las mismas y en ellas pasamos momentos infantiles y de juventud inolvidables, inculcando ese amor a los hijos y a la juventud que deberá reemplazarnos para que la cosa no decaiga, si bien es comprensible que se encuentren cambios puntuales ya que las primeras tan solo disponían de una habitación que hacía las veces de cocina, comedor, dormitorio y sala de juego familiar. Al caer el atardecer y llegaba la noche los pequeños jugaban al parchís mientras los abuelos y padres recordaban sus mejores tiempos en la taberna o en sus casas  con el  truc. Todo ello a la luz de un petromax que ofrecia una resplandeciente luz si bien artificial.

AQUELLAS ESTANCIAS hoy conocidas por apartamento, tan en boga fueron distribuidas por nuestros paisanos, no debo olvidar que no faltaba s’excusat una pequeña edificación afuera a    escasos    metros de la casa, pequeña y discreta. El tiempo paso y las modas y comodidades también, no disponían de estos preciosos fregaderos, en su puesto una tina bajo un pinon sembrado afuera ofreciendo sombra se fregaban platos y cacharros de cocina, con un fogón de carbón se preparaba la comida, se freía el pescado que los hombres de la casa habían capturado, y al finalizar de comer bajo un sol abrasador ellos disponían del árbol, y una sábana que, a modo de toldo, cubría buena parte de aquel llamado, patio, jardín etc. Otros hacían la siesta en habitaciones construidas a base de cortinas, hoy les llamaríamos apartamento. Lo que valoraban encontrarse todos juntos a s’altra banda.

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Por supuesto la panorámica era espléndida, la entrada y salida del vapor, barquichuelas que se dirigían    a cala Partió, Venecia y cala Llonga, otros hacia el canal donde se encontraba el tranpolín que en los años 20 fueron montados con motivo de las nuevas órdenes militares, en aquel canal abierto a principios del siglo XX, se realizaban clases de natación concursos entre la tropa y los avispados tenientes y alféreces.

Si bien al abuelo imaginario de esta historia, lo que más seguía eran los místicos, más tarde los esnaipes y jamás olvidó a los llaüts luciendo sus velas latinas. Gracias a mi afición pude acompañar a mi familia a que aplaudieran a la «Victoria» de Miguel Gomila, la «Ángeles» de Adrián Gomila, o la «Margarita» de Jaime Fábregas, «El Rayo» de Pepe Villalonga (su constructor fue Nito Petrus, lo hizo por encargo de mi padrino Paco Cardona Llull). Mi padrino de pila, que al paso de disfrutarlo con su esposa e hijos durante muchos años lo vendió.

Según los entendidos todo tiene un final y aquella llamada ladera norte poco antes de 1960 empezó a decaer. Quienes lo deseaban tenían la oportunidad de adquirir aquellas casas de recreo a muy buen precio; hijos, nietos familiares entre otros se desprendieron aprovechando la oportunidad de cambiar sus veraneos en las urbanizaciones, más sofisticadas, modernas y Dios sabe cuántas cosas más vieron, mas todo cambia. En el siglo XXI es impensable para cuantos cobran con euros y las expectativas    que se avecinan poder    volver a los orígenes de sus mayores. «S’altra banda» se revalorizó debiéndose disponer    de un fajo de dinero para volver.