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No solo es un arte sino también un gran placer. Para ser un buen lamedor no es necesario haber nacido, que también los hay, sino que sobre todo se hacen, porque la práctica continuada y dirigida a conseguir un fin es el principal deseo. Hay lamedores de todo tipo, desde el perro que pasa su lengua por el rostro humano, el de muchos políticos con vistas a perpetuarse en el cargo, el empleado para conseguir ascensos o bajas laborales de dudosa justificación y el mío particular. Sí, amigo lector, lo está leyendo bien, yo soy un empedernido lamedor de helados y mi pecado principal estriba en no reconocer mis límites. Si todo el mundo supiera hasta dónde puede llegar seguramente nos libraríamos de muchos fracasos y de un sinfín de kamikaces.