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Los vegetales fabrican frutas para transportar las semillas, y procuran hacerlas muy atractivas, como la Afrodita de Cnido que esculpió Praxíteles, a fin de que los animales irracionales, a la vista de tanta belleza y sin poderse contener, se las coman, las trasladen en su barriga y las trasplanten en otro lugar, expandiendo así la especie. También procuran que tengan buen gusto, pero puesto que todos los animales comen con los ojos, igual que sofisticados gourmets, lo fundamental es su perfección formal, su vivo colorido y su belleza exterior, que por seguir con el ejemplo anterior de Praxíteles, suele ser una belleza clásica cargada de sensualidad, en la que destaca la llamada «curva praxiteliana», que lo mismo embelesa a poetas y filósofos que a macacos. Manzanas, melocotones, uvas, fresas, peras, melones, incluso albaricoques. Ah, qué cosas hace una planta para seducir a aves y cuadrúpedos, y cumplir así su única misión, que es reproducirse.

Ni la asombrosa cúpula bizantina de Santa Sofía, en Constantinopla, que diseñó el arquitecto y físico Isidoro de Mileto con la misma intención de enamorar, supera la exactitud formal de una manzana Fuji o un tomate asurcado Raf. Pero lo que ahora me importa en esto de la belleza de las frutas, es que está concebida y elaborada para que se la coman cerdos, bóvidos, pollinos, simios y bestias en general, que al parecer tienen el mismo gusto estético que nosotros, y similar concepto de lo que es hermoso. Pero nosotros hemos llegado ahí tras milenios de cultura, arte y filosofía, echándole al asunto hexámetros, endecasílabos, metáforas y símbolos, bibliotecas enteras sobre los misterios de la belleza, disquisiciones sin fin, mientras que ellos no han leído a Ovidio ni a Homero, ni saben quién fue Helena de Troya. Eso sí, saben perfectamente qué es hermoso, y allá que se van arrostrando peligros. Más aún. No sólo esto lo sabe cualquier animal, incluidos los gusanos de manzana, sino que lo sabe mejor que nadie una tomatera, que es la que hace el tomate. Con el propósito, nada poético, de que haya más tomateras. Y no monta los líos que montamos los humanos con la belleza. Muy significativo, sí, aunque no sé qué significa.