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La oleada belicista que estamos viviendo tiene muchas facetas, desde la confianza del Ministerio que cree que la industria de defensa española duplicará el número de empleos, hasta los comentarios aparentemente fútiles que se escuchan aquí y allá. Cualquiera que haya estudiado algo de historia sabe que el aire bélico no puede traer nada bueno, nunca. Pero eso a quienes mandan les importa un pimiento, porque a quienes están muy arriba las simples vidas humanas les parecen insignificantes. Por eso ahora mismo cientos de personas mueren en distintos focos del planeta para regocijo de quienes dirigen el cotarro. La sangre, el dolor, la muerte, las mutilaciones y pérdidas son, como dicen ellos, daños colaterales soportables con tal de alcanzar sus objetivos: el «bien mayor», territorio, riqueza, poder, recursos.

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Así que los que vivimos abajo, a merced de los delirios de todos esos psicópatas, podemos empezar a temblar. La industria armamentística española absorbe miles de millones -nuestros- para armar a los psicópatas y la excusa es que creará empleo e incrementará el PIB. Matando a otros, en fin. Al otro lado de la frontera, la antaño civilizada Francia se enreda en disquisiciones políticas que su presidente, Emmanuel Macron, cree que podrían derivar en una guerra civil si ganara las elecciones alguno de los dos extremos: derecha o izquierda. Naturalmente, él se sitúa en un hipotético centro. Como si tal cosa pudiera existir. Pero, ojo, más allá del océano, en Estados Unidos, algunos analistas perciben el mismo ambiente y riesgo: hablan de atmósfera de preguerra civil por el enfrentamiento electoral del próximo otoño. Y advierten: hay 300 millones de ciudadanos y 300 millones de armas en sus manos.