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La falta de arena, su idoneidad dependiendo de su procedencia, y el desgaste del embaldosado entre la Catedral y la Plaça Nova que pone en peligro la estabilidad de caixers, cavallers y caballos. Ya tenemos sobre la mesa el nuevo elemento de discordia que centrará -de hecho ya lo hace- el debate ‘postsanjoaner’ porque esta no es una fiesta anual al uso.

Sant Joan de Ciutadella no se limita a los dos días que le corresponden en el calendario como cualquier otra de las que vivimos en la Isla, sino que se trata de una celebración con un núcleo central el 23 y el 24 de junio pero que abarca los 363 días restantes. Si no es la arena será el plástico, la expropiación de ses avellanes a cargo de adolescentes no ciutadellencs, la discutible decisión del caixer senyor de no dejar entrar al pueblo en el Primer Toc del día 24, o la colocación y uso de las sillas de la plaza de Es Born    como si fuera una noticia de alcance.

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Sant Joan siempre da que hablar, y cuando no aparece una cuestión efervescente se redimensiona cualquiera de las que rodean a la fiesta para que esta siga centrando conversaciones en la ciudad, en la Isla e incluso fuera de ella.

Llegados a este punto uno se plantea si no es posible relacionar las justificadas quejas por la masificación que vive Sant Joan desde hace años con esta promoción indirecta que hace la propia ciudad en función del orgullo indisimulado que supone disponer de una celebración extraordinaria, única.

Tanto se ha hablado y tanto se habla de las fiestas de Ciutadella, antes, durante y después de ellas, que si alguien todavía no las conoce, no tardará en hacerlo. El resultado es el desembarco masivo de personas llegadas de todas partes, no solo de Mallorca y Catalunya, ávidas de vivir en primera persona la exaltación santjoanera. ¿Y si dejáramos la fiesta en paz por un tiempo? No se conseguiría así que vinieran menos personas, pero posiblemente sí lograríamos que los que no la conocen pasaran de largo.