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En mi incesante búsqueda de la paz y felicidad y sabedor de que carezco de las cualidades que todo buen espiritualista o monje tibetano tienen, sé que poseo escasos recursos no solo para luchar sino sobre todo para sobrevivir. Oteo en ese ya cercano horizonte de la invasión de otros pueblos, bárbaros algunos de ellos, luciendo sus camisetas floreadas, otros a pecho descubierto como luchadores de batallas que ya prevén ganadas, amparados por la extrema permisividad comprada en rebajas de esas en las que entra en juego la oferta y la demanda, donde se conoce el principio pero poco o nada del final.

Sí, amigos, me refiero al verano, a esos calurosos meses que quienes vivimos aquí o mejor dicho intentamos sobrevivir estamos a punto de conocer en menos que canta un gallo si es que le queda voz para hacerlo. Como me imagino que la mayoría de ustedes no tienen castillo de verano con su piscina y alejados del mundanal ruido, la guerra como siempre se desarrollará    en otras latitudes, en las de lograr un hueco en la orilla de alguna playa donde plantar la sombrilla o bajo un pino sin procesionaria donde montar su comedor playero. Si fuera Gladiator intentaría sorprender a los bárbaros por la retaguardia con sus centuriones pero no, se que voy a ser un humilde cristiano de pacotilla, uno de tantos que va a ser lanzado a los leones para que la historia continúe perdida entre el baile de los números de siempre.