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Resulta especialmente sencillo disparar a Vox como si de un muñeco de feria se tratara cada vez que uno de sus representantes alimenta con declaraciones pésimamente seleccionadas o conductas fuera de lugar la imagen que las formaciones de izquierda no cesan en adjudicarle, como si del mismísimo demonio se tratara.

Un ejemplo ha sido el manotazo del presidente del Parlament, Gabriel Le Senne, al ordenador de una diputada de la mesa por negarse a retirar la fotografía de una víctima del franquismo y la Guerra Civil. Se trata de una acción impropia de quien ostenta el primer cargo de la cámara balear al que traicionó la impotencia ante la actitud desafiante de sus ‘compañeras’ socialistas en el estrado de la sala. No es el fondo de la cuestión, que permitiría debatir sobre el comportamiento de Mercedes Garrido y Pilar Costa, sino la forma.

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A Le Senne le ha caído la del pulpo, como era previsible, porque esa acción violenta no encuentra justificación en quien está obligado a mantener la compostura en cualquier situación.

No han tardado en recordarle y afearle sus postulados abiertamente contrarios al aborto, la eutanasia, las políticas de igualdad de género, o el concepto de violencia machista que le asocian con la filosofía más extremista de su partido. También la crisis de Vox a principios de año que estuvo a punto de dejarle fuera del partido. Y es que la formación que lidera Santiago Abascal, en ocasiones, parece aliada permanentemente con sus continuas discrepancias internas, como también se ha vivido en Menorca.

El incidente del Parlament, en todo caso, ha sido la culminación del excedente de agresividad que presenciamos a diario en las Cortes donde a veces da la sensación que sus señorías están en un local de copas a las 4 de la mañana por sus gestos, gritos, improperios y descalificaciones. Pero a quien se le ha ido la mano, y nunca mejor dicho, ha sido al presidente del Parlament, de Vox, por más señas.