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Resulta un acontecimiento que difícilmente cabía esperar el que en nuestro tiempo en que tanto ha avanzado ya el conocimiento de la pintura clásica europea se pudiera descubrir con todas las garantías de seguridad una desconocida o desaparecida obra de un pintor tan famoso del tiempo de los inicios del barroco, como lo fue este artista innovador de la pintura italiana que se manifestó a finales del siglo XVI y principios del siguiente.

Es verdad que su obra pictórica no fue muy abundante, puesto que produjo unos sesenta cuadros durante los azarosos años de su vida (1571- 1610), pero su producción resultó muy singular y reveladora por su madurez y su dinamismo innovador, al abrir un camino que perduraría definiéndole como el iniciador del famoso tenebrismo unido a una expresión intensa de la luz, a la vez que ofrece un brillante colorido esencial y un característico y vigoroso trazo. Su nombre fue el de Miquelangelo Merici, mientas que Caravaggio es la denominación de una pequeña población cercana a Milán donde él nació o pasó sus primeros años. Inició en Milán su aprendizaje, pero muy pronto se desvinculó de  los modelos corrientes, asumiendo su propio estilo personal.

Casi toda su vida estuvo marcada por acontecimientos de luchas, violencias y peripecias, lo cual le obligó a huidas y sinsabores, que le llevaron de Roma, a Nápoles, Sicilia y Malta, donde se agregó a la orden de los caballeros sanjuanistas. Su esperanza final era conseguir un indulto y regresar a Roma, pero una septicemia le ocasionó la muerte el 18 de julio de 1610. Una de sus últimas pinturas fue la del Ecce Homo, que pasó a España, adquirida para el afán coleccionista del rey Felipe IV, pasó luego a otras manos y acabó situado entre los cuadros familiares de unos propietarios donde permaneció unos dos siglos sin que se reconociera su origen y su valía, de modo que al pasar a manos de anticuarios se la tasó    como de unos 1.500 euros, pero que al ser reconocida e identificada alcanzó al valor de unos 36 millones.

Otros cinco cuadros de Caravaggio que se conservan en España están en Madrid, y el de san Jerónimo penitente, en Montserrat, el cual corroboró junto otros para demostrar la autoría del Ecce Homo. Este presenta    la escena de la Pasión de Jesús, cuando el gobernador romano Poncio Pilato muestra a Jesús al pueblo después de azotado y coronado de espinas, según atestigua el evangelio de san Juan 19,5. Son muchas las reproducciones del relato del Ecce Homo que hay en España, en iglesias y museos, pero casi todos representan    a Jesús solo, con sus heridas y muestras de sus sufrimientos, mientras que uno de la Academia de San Fernando en Madrid, como el de Caravaggio, presenta a Cristo entre Pilato y un soldado que le impone por burla la capa de púrpura. Sobre la figura del gobernador, el excelente profesor de arte don José Camón Aznar escribe: «Y al otro, Pilatos, maravillosamente caracterizado como el hipócrita: con barbas respetables, mirada oblicua y sonrisa de felina bondad. Como inhibiéndose de la fatal condena, les enseña a Cristo para que el pueblo alivie su conciencia. Pero allí queda más malvado que el verdugo, dirigiendo astutamente la condena del Salvador. Cabezas las tres de gran potencia caracterológica    y de magnífica calidad pictórica»    («La Pasión de Cristo» BAC, Madrid 1949, p. 43*).

Este comentario del profesor José Camón Aznar    sobre la pintura del Ecce Homo de Luis de Morales que se halla en la Academia de San Fernando, puede aplicarse muy bien a la de Caravaggio, pues ambas    reflejan el texto evangélico de san Juan que dice: «Otra vez salió fuera Pilatos y les dijo: ‘Aquí os lo traigo para que veáis que no hallo en Él ningún crimen’. Salió, pues, Jesús fuera con la corona de espinas y el manto de púrpura, y Pilatos les dijo: ‘Ahí tenéis al hombre’» (Jn 19.4-5).    Este impactante y muy significativo relato lo comentaba el Patriarca san Cirilo de Alejandría en el siglo quinto, diciendo: «Por el primer hombre Adán estamos enfermos por la maldad de la desobediencia y por su maldición; en cambio, por medio del segundo Adán [Cristo] somos enriquecidos por su obediencia y bendición».