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Aunque muchos todavía sigan contando con los dedos en esas largas sumas llevando dos, tres o los que sean, inquietos personajes que prefieren ejercitar el cerebro antes que echar mano a la calculadora, saben sobradamente que llegaran más tarde que otros en alcanzar los totales pero con las neuronas más frescas. Al salir el martes pregunté qué tiempo hizo de madrugada y me han dicho que cuatro gotas y he aceptado ese rápido calculo más popular que científico, porque en el fondo estaba seguro de que habían sido muchísimas más de cuatro, pero no iba a ponerme a discutir sobre algo cuya materia rozaría el infinito y que además dejaría el piso demasiado resbaladizo, tanto como que te puedes partir algún hueso o el alma al desviarte de la cuestión principal y eso sería mucho más delicado.

Abandonar este tipo de discusiones ayuda a aceptar con sumo grado aquello de que «agua que no has de beber déjala correr». Salirte a tiempo cerrando la puerta tras de uno y pasar a estancias más secas donde respirar nuevos y frescos aires te hacen revivir y sin lugar a dudas te recolocan en el lugar que jamás deberías haber abandonado. Contar los años que has vivido, los que estas viviendo y los que esperas te dejen vivir, es también un extraordinario ejercicio para darte cuenta de lo que no deberías haber hecho y de lo que hubieras deseado hacer, aunque tengas que contar con los dedos llevando uno, dos o los que sean, qué más da.