A principio del decenio de los noventa del pasado siglo, Verónica Forqué protagonizó una comedia, dirigida por Manuel Gómez Pereira, cuyo título era muy ingenioso: «¿Por qué lo llaman amor, cuando quieren decir sexo?». Era una pregunta que ponía al descubierto la hipocresía de una sociedad, donde ni el hombre, ni la mujer, proponían a su pareja tener un coito, sino «hacer el amor», o sea, un coito. Ya sé que poniendo el ejemplo de un macho y una hembra, me la he cargado a los ojos reivindicativos de la LGTB etcétera, pero estoy ya en una edad en la que sólo podrían reeducarme en un régimen sólidamente comunista.
El eufemismo es muy útil y nos permite preguntar por el baño, sin que eso quiera decir que nos vamos a bañar, y a los economistas llamar a las pérdidas «crecimiento negativo», que es una manera de que el asesor financiero salve la cara, después de haber aconsejado la compra de unas acciones, que cada día valen menos. En política, el eufemismo se usa más que los preservativos en una casa de lenocinio, y los hay hasta ingeniosos, como el de Yolanda Díaz, que le dio por llamar a los parados intermitentes «trabajadores fijos discontinuos», que es algo así como llamarle abstemio discontinuo a un borracho que, como todo el mundo sabe, no bebe cuando duerme. El último descubrimiento del Gobierno, en cuestión de eufemismos, es denominarle a la desigualdad y a la discriminación, singularidad.
Aplicarle la financiación singular a Cataluña significa perdonarle los 15.000 millones de euros derrochados sin control, medida que jamás se aplicará a otras autonomías, porque en esas autonomía viven ciudadanos inferiores y, por tanto, sujetos a discriminación. Los ciudadanos definidos como inferiores se aprietan el cinturón, cumplen con las normas de contención del gasto, mientras los superiores -denominados ahora «singulares»- pueden descontrolar el gasto, que ya vendrá el Gobierno y pondrá el dinero de la deuda, gracias a que los ciudadanos de las autonomías inferiores, han ahorrado y han obedecido las reglas elementales y básicas de las economía: no gastar más de lo que se puede. Teniendo en cuenta que la deuda de Cataluña se acerca a los 80.000 millones de euros, pasarán varios años en que los españoles inferiores deberán abonar los intereses de esa deuda, y disminuirla en el principal, dentro de eso que el Gobierno denomina pacificación. O sea, concedes una amnistía a los violadores, los violadores dicen que volverán a violar, y eso se denomina «normalizar la convivencia». Son tan singulares que están trabajando para que el presidente de su Comunidad sea un cobarde prófugo. Pero, claro, se trata de un cobarde prófugo singular, es decir, superior al de los pobres españoles inferiores, que todavía no se han dado cuenta de que no dan la talla y que no se pueden comparar. En casi todo el planeta, la superioridad la proporciona el trabajo, la inteligencia, el esfuerzo y la dedicación. Pero hay un rincón de la Tierra donde al nacer o vivir allí, cambian tus cualidades y convierten a los allí domiciliados en superiores. Perdón, perdón: singulares.