Las ideas, políticas o religiosas, configuran con el tiempo estados de ánimo, y los estados de ánimo, poco a poco, terminan cristalizando en muecas y rictus faciales perfectamente identificables a cien metros de distancia. Rictus de derechas, rictus de izquierdas, rictus clericales. Si un político, tras años de luchas por el poder y mucha obstinación, no ha logrado un rictus crónico y fosilizado acorde con el de su grupo, como si llevase las siglas del partido grabadas en el rostro, seguro que ya no hará carrera. Hasta puede ser acusado de tibio o de traidor, porque las ideas, si son firmes, se transforman en rictus permanente a base de repetición. Como las líneas de expresión o arrugas dinámicas, en efecto. Y ahora es cuando llegamos al meollo del asunto, ya que todo rictus estable (de ira, de burla, de miedo, de superioridad), si le das tiempo, acabará convirtiéndose en el famoso rictus de amargura propio de las novelas costumbristas.
Oraciones
Ese rictus de amargura
14/06/24 4:00
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