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Ahora lo llaman EBAU, Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad, pero sigue siendo la Selectividad. Ya lo dijo Bob Dylan: «¿Cuántos exámenes tiene que hacer un estudiante antes de que se le llame profesional?». Respuesta: muchísimos. En tiempos había examen de ingreso en Bachillerato, 6 cursos con sus correspondientes exámenes, más 2 reválidas; luego venía el Preuniversitario; luego los exámenes parciales y finales de 5 años de carrera, sobre poco más o menos. A eso había que añadir en algunos casos tesina de licenciatura, cursos de doctorado, tesis doctoral, etc. Una vez obtenido el doctorado había que realizar exámenes de oposición para obtener título de profesor agregado y luego repetir con más exámenes para convertirse en catedrático. Eso en carreras docentes, en otras había cursos de especialización, títulos de especialista, másteres, etc. La verdad, he perdido la cuenta de cuántos exámenes son eso. Si se da el caso de desarrollar una carrera literaria al mismo tiempo que la docente, habría que añadir que cada concurso literario es como un examen en el que solo pasa uno, el ganador. Renuncio a calcular la cantidad de exámenes que significa todo eso. Y, sin embargo, si me paro a pensarlo, todos esos son exámenes escritos, nunca orales, ni siquiera los de inglés, que como toda lengua primero se habla y luego se escribe. ¿Por qué será?

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Fácil, como muchas cosas en la vida, es cuestión de dinero. Creo que hoy en día las aulas en los institutos suelen estar llenas, y en las universidades también. Se imparten lecciones para 20 y a veces hasta 30 alumnos. Tendrían que ser 10, para que un profesor pudiera ejercer su docencia sin efecto guardería, examinarlos de manera oral, tratar con ellos uno a uno, orientarlos. Esto son 3 profesores por aula, 3 profesionales multiplicados por la infinidad de aulas necesarias en todo el país, aulas dotadas con todos los recursos convenientes para ejercer una docencia moderna y efectiva. Todo se reduce, pues, a invertir en docencia, que es invertir en futuro. Desengañémonos, un gran país no será nunca el que tenga más armas, el que gane más guerras; en definitiva, el que invierta más en la muerte; un gran país será el que invierta más en la vida. La vida no es sinónimo de armas ni de fútbol, es sinónimo de inteligencia, de formación intelectual, de libros, de medios audiovisuales para el estudio, de cerebros, y desde luego no de fuga de cerebros, de invertir en educación y en investigación.