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La comunidad científica piensa que un incidente puntual en el estrecho de Gibraltar, ricachones de barcos de recreo que pegan tiros al agua, con una orca llamada ‘Gladys’, la matriarca de un grupo, provocó que comenzaran a atacar a los timones de las embarcaciones como si se tratase de un juego. Organizadas, no se descarta que un mayor número de orcas aprendan de este comportamiento lúdico agresivo y que los ataques se extiendan fuera del Estrecho. Las orcas dan vueltas al velero propinando golpes ligeros, en ocasiones aumentan su intensidad y embisten el casco hasta destrozar el timón, inutilizando e incluso hundiendo el barco, pero nunca se han registrado ataques contra humanos.

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Este comportamiento se produce desde hace cuatro o cinco años y se han registrado ya centenares de ellos. Otra teoría es que ven a estas embarcaciones como competencia en la caza del atún rojo y otros simplemente opinan que se reduce a una especie de juego. Obviando el pánico de los tripulantes o el destrozo de los barcos, no deja de resultar atractivo que los animales pongan en jaque al ser humano, haciéndole ver que ese es su territorio y que el intruso es él. Se puede ver como un movimiento revolucionario, una auténtica rebelión del mar, algo que no debe pasar desapercibido.

Hay individuos que presumen cantando de ser osos cuando no son más que meros gatos ferales, y que me perdonen estos, que arrasan con el ecosistema de un país. El pelucón de Milei, que más bien parece un hijo bastardo de Benny Hill cuando visitó hace décadas la Argentina, no deja de ser un mero maleducado al que le encanta liarla allá donde va. Lo imagino en una embarcación pegando tiros a las orcas, pero también lo imagino llorando de puro acojone cuando las orcas abren una vía de agua y el velero se va a pique. Es algo que hará dentro de un tiempo cuando lo echen a patadas, tal como le gusta al líder de Vox.