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Me enfrenté por primera vez al concepto estudiando la complicada y frustrada anexión de la Dominicana a España, que declarada a iniciativa de aquella República en 1861, acabó en guerra abierta a partir de 1863. En febrero de aquel año el capitán general Rivero declaró el estado de sitio. La Comisión Bustamante que posteriormente analizó la medida en el marco general de la contienda, la consideró infidente por violar la confianza y la fe que se debía a parte importante de aquella población.

De origen etimológico latino, «infidentia» se compone del prefijo privativo «in» y de «fides» que alude a la lealtad o fidelidad. Referido a personas significa literalmente estar desprovistas de lealtad, fruto de su inmadurez, falta de ética o irresponsabilidad.

Transcribo estas referencias, cuando pienso preocupado que vivimos claros tiempos de infidencia, tiempos castigados socialmente porque, quien la comete es sometido a crítica por parte de la sociedad que se considera engañada. La abstención en las elecciones no deja de ser una clara muestra de ello.

Porque por mucho que en los últimos comicios catalanes se haya intentado maquillar, la abstención alcanzó el 42 por ciento del censo, el tercer peor porcentaje del siglo. Y si los tantos por ciento atribuidos a los partidos, se relacionasen no con los votantes sino con la totalidad del censo, el nivel de representatividad es preocupadamente muy bajo. Por ejemplo, el 27,94 por ciento atribuido al PSC como partido vencedor sobre el 58 por ciento de participación, se convertiría en un 16,26 por ciento del total del censo catalán. Gobernar con estas cifras reales, no es sencillo. Y si con generosidad sumásemos el voto independentista cuantificándolo en un 43,2 por ciento, en realidad representa el 25,05 por ciento de la población del Principado.

No me retrotraigo a las pasadas elecciones vascas porque los porcentajes son iguales o peores. Y estoy hablando de la piedra angular de la democracia, como es la participación ciudadana.

¿Qué nos pasa entonces? Que hemos roto los lazos de confianza depositados en nuestros representantes. Que hemos prostituido la virtud básica de la lealtad.

Como interrogaría el poeta(1).

«¿Por qué a tu historia vuelves, oh, España?

¿Por qué de errores pierdes la memoria?

¿Por qué desdeñas al que te da gloria?

¿Qué hace que te embistas con tal saña?

¿Es que acaso no sabes quién te engaña?

¿No te advierten tus vates, su oratoria,

del peligro de ser inquisitoria

de sembrar tal discordia y tal cizaña?».

No hay día que no nos sorprenda con preocupantes retos. Y como los momentos electorales son muchos, todo se magnifica,    se ensucia, mezclando lo personal con lo institucional, lo público con lo privado, la provocación con el victimismo, la mentira con la verdad. En el fondo, rompemos la doble vía de la lealtad, de unos hacia otros y viceversa.

Y mientras cerramos violentamente puertas con Argentina, me pregunto por qué no se hizo antes con México cuyo presidente se ha hartado de insultarnos, de menospreciar a nuestro Rey, de llamarnos a todos genocidas o esclavistas. ¿Por qué no con la Venezuela o la Nicaragua actuales, cansadas también de insultarnos?

No necesito cruzar el Atlántico para verificar lealtades.

El pasado martes día 14 nuestros Reyes visitaron en Hernani el ‘Chillida Leku', añadiéndose a los actos conmemorativos del centenario del nacimiento del conocido escultor. El acto era un reconocimiento a toda una vida dedicada al arte, hecho en el lugar en que principalmente se realizó y en presencia de su extensa familia. Por supuesto no lo desaprovecharon las huestes de Sortu principal partido de la coalición EH Bildu, uno de los soportes del actual Gobierno de la nación. Tres carteles de considerables dimensiones con las efigies de nuestro Rey, del Rey Juan Carlos y del General Franco boca abajo, servían de telón para las vociferantes proclamas de los descendientes de ETA. Señalan las crónicas2 que «el Rey ajeno al ruido, se centró en su cometido como invitado de honor y aprovechó para señalar el motivo auténtico que le llevó allí: el respeto a un gran artista de fama universal». Ya está vacunado nuestro Rey ante estas algaradas y no por ello rompió relaciones diplomáticas con el gobierno vasco. Lo aprendió de sus padres Don Juan Carlos y Doña Sofía a los veinticuatro años de que ETA intentase atentar contra sus vidas, cuarenta y tres de los graves incidentes en la Casa de Juntas de Gernika unas semanas antes del golpe de estado del 23 de febrero de 1981.

Poco eco político han tenido estos incidentes. Ni siquiera los partidos de la oposición han formulado preguntas a un gobierno soportado por Bildu. ¡Como si el insulto a nuestro Jefe del Estado ya formase parte natural de nuestra vida política! ¡Realmente, estamos enfermos!

1 Ignacio Dávila. Sonetos.

2 Marta Monleón. La Razon 15 mayo 24.

* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 23 de mayo de 2024.