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Están pasando cosas que antes no pasaban. El jueves el Gobierno perdió la mayoría parlamentaria y se vio obligado a retirar del orden del día del Congreso el proyecto de la Ley del Suelo tras constatar que ni contaba con el apoyo de sus socios de Sumar, ERC y Junts, ni el PP o Vox estaban por la labor de echarle una mano parlamentaria a Pedro Sánchez.

Llovía sobre mojado porque esta misma semana el Congreso tumbó una proposición de ley impulsada por el PSOE para reformar varios artículos del Código Penal que, de haber prosperado, habría permitido perseguir el proxenetismo que está detrás de la prostitución. En este asunto también les dejaron en la estacada sus socios de Sumar y los hasta hace poco seguros costaleros parlamentarios ERC, el PNV y Junts. El PP y Vox se abstuvieron y al PSOE solo le apoyaron el diputado de CC, el del BNG y José Luis Ábalos, ahora en el Grupo Mixto.

Sabido que el Gobierno también renunció hace unos meses a presentar un proyecto de Presupuestos y optó por prorrogar los del 2023, nos encontramos ante un escenario que anticipa todo tipo de dificultades para el Ejecutivo. Las ministras -Hacienda, Igualdad, Vivienda- que han visto como sus proyectos o eran rechazados o tuvieron que retirarlos ante la previsible orfandad parlamentaria con la que iban a tropezar justificaban su fracaso acusando a sus socios de primar intereses electoralistas. El argumento es pobre. Podría explicar la posición del PP o Vox, pero se cae en el caso de Sumar, que cuenta con cuatro asientos en el Consejo de Ministros. La cuestión de fondo remite a otro escenario: la pérdida de credibilidad del proyecto político que encabeza Pedro Sánchez que al ir reduciéndose a un simple instrumento de supervivencia ha ido agotando las contrapartidas con las que se beneficiaban los partidos que le venían apoyando. Y cada uno busca su hueco.

En estas circunstancias otro gobernante que no fuera Pedro Sánchez estaría ponderando la convocatoria de elecciones como salida plausible ante una legislatura que va camino de ser fallida y que, de seguir así, se presenta agónica. Pero Sánchez es un superviviente y como tuvimos ocasión de comprobar tras el teatrillo del pasado 25 de abril, cuando anunció que se retiraba a meditar sobre «si valía la pena seguir» y nadie creyó que fuera a renunciar, ahora cuesta imaginar que vaya a zanjar la agonía parlamentaria que se anuncia convocando elecciones. Ni siquiera dando por buenas las profecías del CIS de Tezanos.