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Qué raro es todo. Ahora resulta que además de las tribulaciones habituales, también tenemos crisis diplomáticas, y casi al mismo tiempo que retirábamos a nuestra embajadora en Argentina, ofendidos por la negativa a disculparse del bocazas de su presidente Milei, Israel llamaba a consultas a su embajadora en Madrid, indignados porque España se propone reconocer simbólicamente un Estado palestino inexistente, y totalmente imposible a su entender.

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Qué cosas tan raras hacen los Estados soberanos para manifestar su irritación y desagrado. Suspenden las relaciones diplomáticas, y eso que tales relaciones sirven principalmente para cuando todo va mal. Es entonces cuando opera la diplomacia (esto lo aprendí en la peli «55 días en Pekín»), cuyo trabajo fundamental consiste en hacer como si no y templar gaitas, pero tomando nota de todo, hasta del menor parpadeo. Un trabajo muy desagradable, pero que alguien tiene que hacer al decir de las novelas negras. El buen diplomático no puede mentir, pero tampoco decir la verdad ni aunque lo maten, pues tanto la verdad como la mentira son catástrofes diplomáticas que solo generan más crisis (diplomáticas, claro está); debe ser a la vez audaz pero discreto, inflexible sin que se note, y sobre todo, decíamos, capaz de hacer como si no mientras reitera hasta ahí podríamos llegar. Hazaña ilógica que exige un entrenamiento cultural extenuante.

Todo el mundo intenta con frecuencia hacer como si no, en política, negocios y hasta en el sexo, y prueba de su dificultad es que pocos lo consiguen. Se monta un cristo, que es cuando debe intervenir la diplomacia oficial. Salvo naturalmente que el cristo provoque una crisis con retirada de embajadores. Así que ahora tenemos dos crisis diplomáticas. El presidente argentino, un capullo de extrema derecha, hizo lo que nuestra ultraderecha esperaba de él (para eso le invitaron), y claro, el Gobierno picó. Con gran regocijo del líder Feijóo, que ante la crisis reaccionó como de costumbre, exigiendo a Sánchez que se deje de aspavientos y explique las actividades de su mujer. No le acusó de complicidad con Hamás porque eso ya lo hizo Abascal, amigo del capullo argentino. Qué raro se ha vuelto todo.