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A diferencia de las estafas, engaños, embustes, fraudes, calumnias y mentiras, actividades de gran actualidad para las que es suficiente afirmar o negar algo falsamente, y con intención malévola, las falacias, enormemente extendidas en política y por tanto en la prensa, exigen un breve razonamiento y argumentos incorrectos con apariencia lógica. Es un poco más complicado que mentir a lo bestia, pero no mucho, por lo que no es de extrañar que en un momento dado (ahora, por ejemplo, tras las elecciones catalanas y antes de las europeas, con todo el mundo en campaña) haya más falacias en circulación que mentiras mondas y lirondas, de las que proceden, y el grueso de las falsedades, más que embustes, sean falacias argumentadas. Y reiteradas a diario («Si Sánchez necesita a Puigdemont para gobernar, le cederá la Generalitat. Siempre lo hace»), lo que da lugar a la falacia fortuita, una modalidad que no existía cuando Aristóteles las clasificó distinguiendo las 13 falacias clásicas. El argumentum ad hominem, que en lugar de refutar al oponente se le ataca directamente («Sánchez miente siempre»); el argumentum ad veracundiam, o argumento de autoridad («Sánchez dijo que no lo haría y lo hizo»), y el argumentum ad populum, variante del anterior («Todo el mundo sabe que Sánchez miente siempre»), entre otras falacias básicas.

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Ahora no son 13 sino cientos de variedades, pero no recuerdo que conste todavía la falacia fortuita, digamos casual, que casi sin darse cuenta alguien repite mecánicamente porque le suena haberla oído. Cuál no será la cantidad de falacias en circulación, que hasta hay falacias fortuitas, fútiles y de escaso efecto, tanto por la costumbre de escucharlas como porque se nota que quien las proclama (el señor González Pons, por ejemplo) no sabe qué dice, no se fija, le falta vena poética. Parecen más bien un acto reflejo, un tic nervioso. ¡Falacias fortuitas y fútiles! Adónde hemos ido a parar desde los tiempos de Aristóteles. Y eso que estamos en la gran apoteosis de las falsedades, las mentiras y los fraudes. Que además de facilitar la propensión a las falacias y multiplicarlas, deberían mejorar esa argumentación previa. La falacia hay que trabajársela. Pero no hay tiempo. A los sujetos falaces les pierden la ansiedad y las prisas. Y así nos va.