A diferencia de las estafas, engaños, embustes, fraudes, calumnias y mentiras, actividades de gran actualidad para las que es suficiente afirmar o negar algo falsamente, y con intención malévola, las falacias, enormemente extendidas en política y por tanto en la prensa, exigen un breve razonamiento y argumentos incorrectos con apariencia lógica. Es un poco más complicado que mentir a lo bestia, pero no mucho, por lo que no es de extrañar que en un momento dado (ahora, por ejemplo, tras las elecciones catalanas y antes de las europeas, con todo el mundo en campaña) haya más falacias en circulación que mentiras mondas y lirondas, de las que proceden, y el grueso de las falsedades, más que embustes, sean falacias argumentadas. Y reiteradas a diario («Si Sánchez necesita a Puigdemont para gobernar, le cederá la Generalitat. Siempre lo hace»), lo que da lugar a la falacia fortuita, una modalidad que no existía cuando Aristóteles las clasificó distinguiendo las 13 falacias clásicas. El argumentum ad hominem, que en lugar de refutar al oponente se le ataca directamente («Sánchez miente siempre»); el argumentum ad veracundiam, o argumento de autoridad («Sánchez dijo que no lo haría y lo hizo»), y el argumentum ad populum, variante del anterior («Todo el mundo sabe que Sánchez miente siempre»), entre otras falacias básicas.
Oraciones
Falacias fortuitas
22/05/24 4:00
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