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Las elecciones catalanas del día 12 de mayo han dejado bastante claro que los catalanes están cansados y desilusionados de tanto «procés» que solo les ha llevado a la confrontación y a que 4.500 firmas llevaran su sede social fuera de Cataluña (he leído que fueron 8.000 empresas que se han ido de Cataluña). Supuso también la fuga de 33.000 millones en depósitos bancarios y eso solo en dos trimestres. Todo este desastre es solo parte de lo que pasó tras aquel precipitado referéndum del 1 de octubre. La monofijación del independentismo tiene, en cuanto a empecinamiento erróneo, un cierto paralelismo con la «ocurrencia» que tuvo David Cameron, el primer ministro inglés, que en mala hora llevó a referéndum la salida de su país del conjunto de Europa, ocasionando una «buena tracamundana» (trueque ridículo); y ahí aparecieron los habituales en embolicar la troca. Para eso, en tiempos de Moisés, la oferta era: «ríos de leche y miel». Ahora lo hemos modernizado con la promesa de fermar els gossos amb sobrassada. Cuando lo cierto de todo eso es que el primer paso de la ignorancia es presumir de lo que en realidad se ignora. Más les valiera a los del ‘ho tornarem a fer’ que recopilasen los millones que ha supuesto el monto del procés. No me extraña que luego aparezcan las tensiones de tesorería. Quizá por eso, en portada y con letras así de grandes, venía el lunes 13 de mayo en un periódico un titular pronosticando que «el triunfo de Illa entierra el procés». Particularmente lo dudo porque en esa porfía los independentistas catalanes llevan la tira de años y siguen soñando en el día que por fin podrán fermar els gossos amb sobrassada. El señor Salvador Illa no ha hecho otra cosa que ser el beneficiario del descontento y la apatía de una ciudadanía harta de promesas sin cumplir. Pero ahora, después de las elecciones, estamos en tiempos de pactos y componendas. Illa deberá pactar con ERC y quizá también con Comuns; no veo un acuerdo con el PP, porque equivocadamente, más que adversarios se empecinan en ser enemigos políticos. El que ha retrocedido no poco ha sido el expresidente Aragonés de ERC que sumó 20 escaños de los 33 que tenía, lo que en votos supone 1.800 menos. Lo malo de todo esto es que durar al menos una legislatura ostentando el poder solo se puede tomar como un fracaso, lo que podría llevarle a la dimisión. El partido popular cosechó un notable resultado ya que pasó de 3 a 15 escaños. Quien finiquitó su paso por la política fue ciudadanos, el partido que conoció el éxito en Cataluña con Albert Rivera e Inés Arrimadas, ahora les ha pasado lo mismo que le pasó a Rosa Díaz con UPyD; lo que se conoce como ‘arrancada de caballo y llegada de pollino renengao’. Otro personaje en la caprichosa ruleta electoral de las elecciones catalanas ha sido Puigdemont que no sé si de farol o de verdad de la buena dijo que dejaría la política si no conseguía ser investido presidente. Pues no tiene otro camino que conseguir que le hagan presidente, que lo tiene dificilísimo, o dimitir, algo que tenía que haber hecho en el punto y hora que dejó a otros ir derechos a la cárcel mientras él se escondía en Europa como fugitivo de la justicia española. Pues ya sabe el camino, señor Puigdemont, o es usted presidente o tiene usted que dejar el tema salvo que quiera ser acusado de no cumplir su palabra.

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Salvador Illa tiene por delante, lo que no le va a ser fácil, conseguir los apoyos necesarios para poder gobernar. Podría no ser difícil si se tiene la siempre deseable virtud de la mesura en lo que hay que dar a cambio de unos escaños. Sería deseable que lo consiguiera pues Cataluña es una autonomía que ha ido demasiado tiempo al pairo del procés, del separatismo, la secesión o el independentismo, sin tener bien asumido lo que eso conlleva. La contundencia de los malos resultados en los partidos independentistas no hay que tomarla como la desaparición de la base que los sustenta. Escribiendo este artículo me entero que Pere Aragonès ha decidido dejar la política.