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Puede que no parezca pertinente preocuparse, con la que está cayendo, por las chinches y los mosquitos, pero sí lo es. Porque si su amenaza no es comparable a la nuclear con la que Putin juega alegremente para amedrentar a la humanidad, sí puede serlo, lo es ya, a la de cualquiera de las muchas que amargan la vida y que la arrebatan en tantos casos. La cuestión es que con el calentamiento global, los mosquitos y las chinches se están apoderando del mundo, y particularmente del mundo pobre.

Pese a que la acción de esos bichos inteligentes y asquerosos se ha calificado tradicionalmente de «democrática», es decir, que pican a todo quisque sin distinción de renta o fortuna, lo cierto es que sí distinguen. En Argentina, donde el dengue provocado por sus picaduras extractoras afecta ya a cerca de un millón de personas y ha provocado la muerte de unas ciento cincuenta, los mosquitos podrían haber picado a Milei, o a cualquiera de los prestamistas que le auparon al poder, pero a ninguno de ellos les han metido el dengue en el cuerpo. Son ricos, el saneamiento de sus lujosas moradas funciona, e incluso pueden haberse administrado la vacuna que el sicofante del serrucho eléctrico está negando a sus compatriotas.

Las chinches muerden con saña, pero ya se conocía su predilección por los pobres, por los condenados a habitar en chozas o zaquizamís insalubres, pero los mosquitos iban hasta el presente de demócratas y, como tantos demócratas de boquilla, han resultado no serlo y sólo pican, como las chinches, a los pobres. Hay, según afirma alguien que debe haberlas contado, 3.500 especies de mosquitos, y cada una de ellas siente inclinación por inocular morbos diferentes al tiempo que chupan la sangre hasta ponerse gordos como cerdos. Pues bien; por los ricos no sienten predilección, por su mayor inaccesibilidad, ninguna de ellas.

A las altas temperaturas durante todo el año, al vertiginoso tránsito de personas y mercancías, y a las aguas estancadas tras las inundaciones, hay que sumarle, en lo tocante a la imparable extensión de la amenaza, la pobreza. Es más; esta, por sí sola, por sí misma, ya atrae todas las calamidades. En Argentina, sin ir más lejos, atrajo la de Milei.