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Se puede ser un canalla sin ser idiota; lo uno no tiene nada que ver con lo otro. Digo esto porque ya llevamos mucho tiempo escuchando los constantes reproches que se hacen a nuestros políticos, sobre todo diputados, portavoces y líderes de la oposición, por su canallesca manera de ejercerla, su ferocidad de matones adolescentes, sus injurias en el Congreso de los Diputados y, en definitiva, unas actitudes que dan asco. El ambiente irrespirable y gansteril de nuestra política, peor que el de los bajos fondos de Chicago durante la ley seca, ya espanta incluso a los colegas y subordinados de los cabecillas, pero me da la sensación de que no se les recrimina tanto por sus canalladas como por sus imbecilidades. No por agresivos, sino por agresivos tontos. Por acometer fieramente al contrincante (al Gobierno), pero con palos, piedras y fanfarronadas. No conocen el florete, ni siquiera una daga. A lo bestia, a lo que salga.

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No es canalla quien quiere, sino quien sabe y puede. Y naturalmente, si un líder opositor desea comportarse de forma canallesca, que aprenda primero. O que se dote de un gabinete asesor capaz de desarrollar vilezas tácticas, implementar comportamientos canallescos y planificar injurias que no den pena. Porque hasta los villanos de cómic son actualmente muy superiores a los que cada día vemos en el Congreso, lo cual es una vergüenza. La señora Ayuso al menos entrena sus ataques y desplantes, mientras que el moderado señor Feijóo improvisa sobre la marcha. Y si bien muy ruines, le salen unas canalladas de pésima calidad y nulo recorrido. Creo que últimamente le está mentando a Sánchez su señora, una ofensa que de puro castiza se remonta a la guerra de Troya, y pronto le acabará mentando a la madre, como ya hizo la presidenta de Madrid. Qué mierda de canalladas, por favor, qué ínfima calidad, qué incultura difamatoria. Y lo más grave. Lo idiota está arruinando lo canallesco. No puedes parecer amenazador si pareces tonto. Pero si los injuriosos son de baja estofa, periodistas incluidos, los injuriados tampoco se lucen. Se defienden fatal. En lugar de desmentir falsas acusaciones, recurren al estúpido y tú más. No se les critica a todos el juego sucio, sino que lo jueguen tan mal. Porque a la larga, las majaderías son más difíciles de aguantar que las canalladas.