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Es posible que no se llamara Gonzalo pero, en mi recuerdo, el chaval en el que pienso tiene ese nombre. Gonzalo usaba unas gafas como las de mi abuelo y no vestía muy diferente. No era bueno jugando al fútbol, tampoco con las chicas. No fumaba ni salía los fines de semana y además siempre sacaba nueves o dieces. Las ciencias se le daban bien, también las asignaturas de memorizar. El punto débil de Gonzalo era la creación. Lo recuerdo en clase de Literatura. El profesor nos explicaba qué era una metáfora. Nosotros mirábamos por la ventana, ausentes, hasta que el profesor pedía un voluntario. Entonces todos agachábamos la cabeza, todos menos Gonzalo.

Gonzalo alzaba la mano, seguro, como si su apellido fuera Berceo. Pero él era Gómez o Gutiérrez, no estoy seguro. El profesor decía: «El fluorescente es como…». Y Gonzalo remataba: «Como un tubo de plástico con luz». Pero lo más poderoso de Gonzalo era su determinación. No le importaba lo que el resto del mundo pensara de él. Por las mañanas, antes del inicio de las clases, el profesor de Religión rezaba el Padre Nuestro. Aquella oración nos llegaba a través de la megafonía interna. Todos seguíamos a lo nuestro, todos menos Gonzalo. Él se ponía de pie, cruzaba los brazos a la altura del pecho y rezaba. Era como un santo, como un mártir sin miedo a la inmolación. Confieso que alguna vez me reí de esa actitud. Hoy comprendo que aquella sonrisa trataba de disimular cierta envidia. No sé qué habrá sido de Gonzalo, pero intuyo que le habrá ido bien.