Esta es una semana para la memoria. Estamos preparados para un viaje de la conciencia. No es el paisaje lo que importa, ni la luz, ni los ritos, ni los sonidos, ni los perfumes, ni la atmósfera. Es el anhelo mismo de acudir cada año a la llamada de una pasión, de una utopía, de una leyenda, de un sueño.
Cuando todo falla, la Semana Santa sigue incólume, leal a su empeño de entereza, de equilibrio, de excelencia. Cuando todo encoge, ella se despliega; cuando todo se vence, ella se proyecta; cuando todo se deshace, ella se reconstruye; cuando todo fracasa, ella permanece.
Cuando todos los proyectos civiles y personales se desmoronan, la Semana Santa resiste como proyecto espiritual, sustentado en una energía moral capaz de rescatar lo mejor de nosotros mismos: la fe, la cultura, la armonía, la belleza, el perdón.
Con esos relámpagos sentimentales de emoción desnuda, pura, primaria, trémula, buscas los destellos de plenitud primordial que te reconcilien con la esperanza.