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El objetivo del mercantilismo fue potenciar el interés económico individual, en aras de alcanzar el bienestar colectivo, que había sido el prioritario de la escolástica durante la Baja Edad Media.
Como es sabido, Menorca sufrió dos saqueos de los turcos en el siglo XVI, en 1535 en Mahón y en 1558, en Ciutadella, quedando muy mermada la población en ambas ciudades. A tal efecto, Felipe II, al ser nombrado Rey de España, ordenó la construcción del castillo de San Felipe en la parte meridional de la bocana del puerto de Mahón, medida de defensa ya concebida por su padre Carlos I, inicio de un reguero de construcciones destinadas a proteger toda la costa insular de potenciales incursiones destructivas, poniéndose en marcha, así, un proceso de nuevas obras de defensa militar al que darían continuidad los sucesivos monarcas de la dinastía austríaca.

Como consecuencia de aquella política de construcciones protectoras, los menorquines se beneficiaron, indirectamente, de la coyuntura económica expansiva de la monarquía hispánica, en virtud de la llegada a España de metales preciosos procedentes de América. De modo que siguió la construcción del Castillo de Fornells, las murallas modernas de Ciutadella, murallas de Mahón, las torres vigías y otras defensas militares. Asimismo, durante esa larga etapa se fundaron más entidades religiosas y hospitalarias en Menorca.

El siglo XVI, en términos demográficos, fue favorable para Baleares. En Menorca, a pesar de los saqueos, antes recordados, la población se duplicó entre 1500 y 1600, pasando de 5.000 a 10.000 habitantes, fruto del crecimiento vegetativo y, particularmente, por el fomento de la población, mediante incentivos públicos, de contenido económico-patrimonial. Menorca cerró el siglo XVI con mejora económica y de población; sin embargo, en 1635, padeció recesión debido a la caída de las manufacturas pañeras del Norte de Italia, reduciéndose así las exportaciones de la lana menorquina, que compraban los genoveses, como materia prima; también cayó el mercado de Barcelona con la revuelta de 1640. Asimismo, en 1645, las malas cosechas afectaron al archipiélago, con el alza de precios; y, por otro lado, la guerra «dels segadors» (1640-1652) disminuyó el comercio de las islas con Barcelona. En 1652, se registró peste bubónica; no obstante, ello marcó el final de la crisis, siendo para Menorca el comienzo de una larga recuperación, que se intensificaría en el siglo XVIII, a diferencia de Mallorca, cuya recuperación no se produciría hasta 1730-1740. Menorca llegaría a ser autosuficiente en trigo, que exportaba a Mallorca durante el decenio de 1690, alcanzando el volumen poblacional de 16.000 habitantes en 1700; incremento que sería más acusado en Mahón (Hernández Andreu y Ortiz Villajos, 2023; Casasnovas Camps, 1998).

El fundamento intelectual interpretativo de la coyuntura económico-social en la Menorca moderna, en parte radica en el pensamiento filosófico emanado del mallorquín Ramón Llull (1235-1315) y en dos de sus destacados discípulos tardíos, el valenciano Juan Luís Vives (1492-1550) y, sobre todo, el menorquín Francesc Marçal (1591-1688). Entre Llull y Vives, Bernardino de Siena (1380-1444) adelantó argumentos propios para el ulterior desarrollo de la Economía Civil, con influencia del pensamiento aristotélico, presentando un sistema económico basado en la justicia y la economía monetaria.

El lulismo responde a una filosofía humanista de realismo crítico, formalizadora del pensamiento agustiniano y forja del franciscanismo, que distingue y mantiene un equilibrio entre lo esencial, que es común y une, con lo particular y coyuntural, que especifica lo concreto, como resultado de la experiencia y del contexto histórico-cultural, filosofía con criterio valorativo de la utilidad, que mantiene el hilemorfismo aristotélico del sentido común. El lulismo impregna toda la obra vivista y su doctrina del sentido común no es episódica, ni es simplemente filosófica; no cae en el «cesarismo» político, frecuente entre los renacentistas; y exalta la naturaleza. Proclama el valor sustantivo de la costumbre y de la equidad, conocedor y promotor de la civilización clásica romana (Vives «Diálogos», 1928, 9 ª edición La Rafa).

El agustino Martín de Azpilcueta (1492-1586) relacionado con la escuela de Salamanca y denominado el «doctor navarro», (enterrado en Roma, Iglesia de San Antonio de los portugueses, trasladado allí para defender la causa del Cardenal Bartolomé Carranza, arzobispo primado de Toledo), fue el primer académico que formuló la teoría cuantitativa del dinero, en su «Comentario Resolutorio de Cambios» (1556; 1567: ejemplar en la biblioteca Pública de Mahón), adelantándose en doce años al economista francés Jean Bodin, aportación fundamental a la Teoría monetaria, basada en la relación empírica y teórica entre oferta monetaria y la marcha del índice de precios, fenómeno central en la España del siglo XVI, gran receptora entonces de metales preciosos procedentes de América. Keynes revisaría críticamente esa teoría, a tenor de las innovaciones estructurales que comporta una sociedad industrial contemporánea.

Francesc Marçal escribió el primer y único tratado de Economía política en catalán-menorquín («Tractat special qual sia el iust preu del blat en la Illa de Menorca», 1650). El realismo crítico, expresado por Marçal en su obra, coincide con el surgimiento de una nueva filosofía en Europa, exponente y razón de la profunda difusión científica y cultural desplegada por los franciscanos en Menorca, que repercutiría en la claridad de criterio arraigado plenamente en la sociedad menorquina, como impulso natural para el desarrollo eficaz de la economía, con efectividad anticíclica y de crecimiento a largo plazo.