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Uno de los factores influyentes, apenas tratado, de la derrota de los republicanos en la guerra civil española, fue la crisis monetaria que sufrió el bando republicano, ocasionada por la falta de moneda fraccionaria acuñada por el gobierno de la República y consiguiente declive mercantil, centrada en el año 1937.

En España, la oferta monetaria impresa y acuñada para la circulación, en julio de 1936, estaba compuesta por los billetes del Banco de España, cuyo valor no bajaba de las 25 pesetas, respaldadas por una cobertura metálica del Ministerio de Hacienda, que en teoría seguían siendo una promesa de pago difícil de cobrar; y por las monedas de plata del Ministerio de Hacienda, que teóricamente eran moneda real por excelencia. No toda esta moneda estaba en circulación (reserva de plata que poseía el Banco de España; piezas atesoradas por particulares; con la guerra civil, dichas piezas se repartían entre las dos zonas de la guerra; las evasiones al extranjero; y otras) y el valor superior que alcanzaban estas no sobrepasaba las 5 pesetas; y basaban su fiabilidad en el peso y ley del metal que contenían, además del carácter legal conferido por el Estado; los valores eran de 5, 2, 1 y 0,5 pesetas, campo abonado para la especulación y el agiotismo.

La plata no era suficientemente estable como para servir de moneda fraccionaria en unos tiempos inflacionistas del papel. En 1935, ante el temor de que las monedas de 5 pesetas desaparecieran de la circulación, al ser desmonetizadas buscando beneficiarse con el metal, el Banco y el ministerio    acordaron emitir certificados, billetes del Banco que suplían provisionalmente las monedas acuñadas del Estado, respaldadas por un depósito de plata en la Caja del Banco; y sus valores serían de    5 y 10 pesetas; pero los certificados de plata no pudieron substituir a la plata, la cual acabó convirtiéndose en una excelente divisa y reserva de valor para los particulares. Los billetes, moneda fiduciaria, perdieron su convertibilidad en plata y su estabilidad como poder de compra. Al iniciarse la guerra, comenzó la progresiva desaparición de las monedas de plata: primero las de 5 pesetas y después las de 2, 1, y 0,5; y el Banco sólo se preocupaba de las de 5 pesetas.

La saca del oro al exterior, en particular para financiar la guerra al gobierno, influyó mucho en la crisis, aunque no tanto como la inflación monetaria. La devaluación de la peseta fue suscitada por la Bolsa de París.

La crisis de medios de pago divisionarios en 1937 era inevitable. El ministerio de Hacienda no dio una solución válida hasta 1938; la plata, el cupro-níquel y el cobre se convirtieron en metales preciosos que aseguraban a sus poseedores contra cualquier contingencia. El papel podía verse privado de valor, pero el metal sería siempre reconocido.

Los problemas dinerarios acarrearon la interrupción del comercio al por menor. El espíritu del reducido poder local asoló los municipios y gobiernos regionales que, ante la pasividad estatal, para enfrentarse a la crisis, crearon su propia moneda con una circulación limitada a sus respectivas jurisdicciones.

A causa de la dispersión de los poderes públicos, los organismos regionales, Ayuntamientos, Consejos Municipales, y otras entidades, lanzaron sus propios bonos. En agosto de 1937, la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre se vio obligada a comprar maquinaria moderna porque la suya ya nos servía. Las monedas de 2 pesetas en metal nunca aparecieron y las de 1 peseta no circularon hasta 1938.

En Menorca los Consejos municipales en 1937 pusieron en circulación Vales de metal, con objeto de salvar la falta de moneda fraccionaria acuñada por el Gobierno republicano, siendo el autor del proyecto Francisco Hernández Sanz y del grabado y acuñación se encargaron los Talleres de Juan Torrent Torres de Ciutadella. La emisión monetaria se hizo por valor nominal total de 111.839, 55 pesetas, cuyo desglose fue el siguiente: 24.010 piezas de 2,50 pesetas de valor nominal cada una; 36.933 de 1 peseta; 38.426 de 0,25 pesetas; 31.841 de 0,10 pesetas; y 41.819 de 0,05 pesetas, totalizando 173.029, el número de piezas emitidas y puestas en circulación; con todo, proliferarían los trueques de alimentos con otros bienes, entre el campo y los núcleos urbanos.

En febrero de 1939, la situación de liquidez del Banco de Menorca arrojaba un volumen de billetes del Banco de España legítimos (así calificados) por importe de 133.425 pesetas. Si a estas se les sumaban las partidas de plata, talones de cargo de otros bancos y «níquel y calderilla», la cifra llegaba a las 146.008,88 pesetas. Por otro lado, el importe de billetes de Banco de España ilegítimos (también así calificados) era de 401.700 pesetas. Añadidos los certificados de plata, el papel moneda del Tesoro y los municipales de Menorca, se alcanzaban las 407.070,52 pesetas. Por tanto, el importe monetario total era de 553.079,4 pesetas. Sin embargo, a la vista de las calificaciones respectivas de la liquidez efectiva de ambos grupos de recursos, no es de extrañar que el Banco de Menorca cayera en manos del Banco Central en 1952, y que algunos depositantes particulares pudieran sufrir deseconomías en sus cuentas. Indicadores fiables prueban que la industria menorquina se rehízo, con fuerza, a partir de 1947.