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Poca gente sabe que las malas ideas, y también ciertas tonterías, al contacto con el aire se convierten en insectos, preferentemente mosquitos, pues así los creó Dios en un momento de enajenación tras idear el universo. El 76% de toda la vida animal son insectos, y de algún sitio tienen que salir. Sobre todo los mosquitos, un asesino en serie narcisista que según el historiador Timothy Winegard en su libro «El mosquito», no tiene otro objetivo ni utilidad que propagarse y hacer la vida imposible a todas las criaturas. Una mala idea de Dios, que hace seis millones de años ya mataba homínidos a millares transmitiéndoles la malaria, la fiebre amarilla y una docena de enfermedades más.

Asegura el señor Winegrad que los mosquitos han matado a la mitad de los seres humanos que alguna vez vivieron, unos 52.000 millones de personas aproximadamente en los últimos 200.000 años. Puesto que Dios siempre se expresa en metáforas, de ahí saqué yo la convicción de que las malas ideas, una vez en el medio ambiente y al contacto con la atmósfera, se convierten en mosquitos que chupan la sangre a la gente y la infectan. También algunas buenas, como «La metamorfosis» de Kafka, que transformó al viajante de comercio Gregorio Samsa en horrible insecto. Con las ideas, malas o buenas, nunca se sabe; ni Dios sabe dónde irán a parar, ni qué nuevo aspecto tendrán. De mosquito, probablemente. Sirva esto de preámbulo explicativo a una rara costumbre que he cogido en los últimos años. Cada vez que termino un texto, y cierro el ordenador hasta el día siguiente, nunca salgo de la habitación (la misma en la que duermo) sin rociar todo el cuarto con un potente insecticida contra moscas y mosquitos, según el envase de acción fulminante y frescor natural. Porque si redactas algo, esto por ejemplo, es inevitable que se expandan por el ambiente fragmentos de ideas, chorradas y manías, y no puedo dejar que se acumulen sobre mi cama. Así evito que, convertidas en mosquitos, salgan por la ventana y piquen a otros; pero sobre todo, evito que me piquen a mí mientras duermo, y que ya infectado de mí mismo, repita mañana un párrafo similar sin enterarme. Al menos, eso espero. Que el insecticida funcione.