Soy desde niño muy aficionado a las aventuras con antorchas, que prefiero a las de naves, espaciales o marítimas, y a las aventuras con caballos, con linternas o sentimentales de género. Bueno, caballos puede haber, pero sobre todo, que haya antorchas, un requisito esencial en eso de la aventura. Hasta que alguien no echaba a andar con una antorcha en la mano, en pelis o novelas, no tenía yo auténtica sensación de aventura, por más que estallasen naves más allá de Orión, o se escucharan chasquidos extraños en el bosque. Por supuesto, es importante que en las aventuras aparezcan monstruos, humanos o inhumanos, pero a la luz de antorchas, no de linternas. Con antorchas se ve todo, el bien y el mal están iluminados, y con linterna no se aprecia nada. Paradojas del progreso, que ya es una paradoja en sí mismo. Además, con antorchas puedes golpear cabezas, batirte a espada y hasta quemar cosas; en definitiva, puedes defenderte, mientras que una linterna no te protege ni de un gusano. A veces las antorchas ya están allí, colgando de las paredes en espera de algún aventurero necesitado, y a veces hay que fabricarlas sobre la marcha con un palo, los jirones de una camisa (o un vestido) y el líquido viscoso encontrado en un charco pestilente. Por las historias de aventuras sabemos que su duración es indefinida, no disminuyen de tamaño al arder (los cigarrillos sí) y no necesitan pilas.
Oraciones
Aventuras con antorchas
19/02/24 4:00
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