Hay quienes, ajenos a la política y a sindicatos, aseguran que es una mujer afable, educada y cálida en el trato. Capaz de escuchar una larga disertación, no ya sin interrumpir sino que no mueve una ceja, lo que a algunos les ha llevado a pensar si realmente escuchaba. Además ha descubierto, con acierto, el valor de la imagen que cuida con esmero y en la mayor de las ocasiones con indudable buen gusto.
Yolanda Díaz es vicepresidenta del Gobierno y aunque lleva muchos años en política sin éxitos electorales, desde que Pablo Iglesias la designó como sucesora en el Gobierno de coalición, su carrera parece ser meteórica. Y digo que parece y no que lo sea porque la situación de Yolanda Díaz no es la misma hoy que la que tuvo en la pasada legislatura. La distancia de Iglesias fue bien acogida por Pedro Sánchez. Optó por mimarla, por darle espacio. A fin de cuentas era más tratable que Iglesias y además gustaba eso que dijo en más de una ocasión en el sentido de que aunque hubiera discrepancias había que cuidar la coalición. Y la cuidó, entre otras cosas, porque su suerte y la de otros muchos dependía de que se cuidara. Creó SUMAR para aunar a todos aquellos sectores y plataformas que están a la izquierda del PSOE. Al final el principal damnificado de la operación ha sido Podemos, formación a la que ha ignorado en un ejercicio más que arriesgado como se está viendo. A partir de ahí y de nuevo en el Gobierno, Yolanda Díaz ya no es la mimada de Sánchez y ella se ha venido arriba.
Los que llevamos años y años observando, siguiendo y tratando a políticos de toda condición sabemos hasta qué punto es peligroso perder la noción de lo que realmente se es, de ignorar o infravalorar el terreno que se pisa y creo, con todas las cautelas posibles, que algo de eso le está ocurriendo a la vicepresidenta. Ahora ya no se corta a la hora de discrepar de medidas que se adoptan en el Consejo de Ministros y se desprende de algunas de sus decisiones un afán de protagonismo que, dudo mucho, el PSOE se lo vaya a permitir. Su agenda viajera no deja de ser llamativa. La última es que ha sido invitada por su homólogo palestino. Pretenden abordar asuntos conjuntos y ella misma ha adelantado que se va a insistir en la denuncia a Israel. Resulta que para que este viaje sea posible, la complicidad de Exteriores es fundamental y el ministro Albares ha dicho que en su ministerio no se sabía nada y que nada se está preparando, sin olvidar que la política exterior quien la dirige es el presidente del Gobierno. Yolanda Díaz sabe o debería saber que la lupa de Moncloa está sobre ella y sus movimientos. Es en Moncloa en donde se pretende que se ajuste a su papel de ministra de Trabajo y no, no se irá del Gobierno bajo ningún concepto pero no debería esperar de Sánchez que la trate de manera distinta a la que ella ha tratado a Podemos.