Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria. Son países en guerra que de forma muy esporádica aparecen en los medios. Siria tenía pabellón en Fitur para atraer turistas a su bello país, y los vendedores de alfombras decían que en su tierra no hay conflicto.
Las guerras en los medios van por modas. Incluso la de Ucrania, que hasta hace poco merecía crónicas diarias y corresponsales de cientos de medios, casi ha desparecido, para alegría de quien la provocó. Es más fácil matar cuando no hay focos. El silencio es la mejor arma a favor de los agresores.
Pero además de las guerras hay centenares de conflictos locales, donde los nuevos dictadores actuán con impunidad. Esta semana hemos podido conocer uno de ellos, absolutamente olvidado, el que afecta al pueblo maya de la región guatemalteca de Alta Verapaz, donde las hidroeléctricas han desviado 50 kilómetros de su río Cahabón y han dejado sin agua a 30.000 indígenas. Su líder, Bernardo Caal, visitó ayer la Isla para dar las gracias a las personas que le apoyaron durante los más de cuatro años que estuvo en la cárcel. Allí recibió cartas de algunos estudiantes de Menorca, que habían conocido su caso después de que Amnistía Internacional le considerara preso de conciencia. Su defensa de la naturaleza es muy distinta a la que se lleva a cabo en Menorca. Pero su testimonio sirve para descubrir que la lucha contra el cambio climático se produce en muchas regiones del planeta, de las que tenemos pocas noticias. Por eso vale la pena conocer estas historias lejanas, porque no somos ajenos a lo que pasa por el mundo, ni inmunes a las consecuencias de esos conflictos. Las historias de hombres y mujeres que luchan, van a la cárcel o incluso mueren, por una de nuestras causas justas, a veces pasan por Menorca. Cuando esto sucede es una oportunidad para abrir los ojos a otras realidades, a ventanas que nos asustan pero que no podemos cerrar, como si no pasara nada más allá de nuestras costas.