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El domingo por la mañana, en un día tibio, soleado y primaveral, salí un momento de casa a tomar el aire, comprar los periódicos, tabaco y hacerme con un par de llonguets por si acaso (nunca se sabe cuándo necesitará uno más aire, o un llonguet), y en un trozo de calle de cincuenta metros, observé paseantes domingueros con abrigo y bufanda, otros digamos de entretiempo, y algunos incluso con camiseta de manga corta. En la cola del pan tenía delante a un tipo con chaquetón polar y aspecto despistado, y algo más adelante una chica con tirantitos, hombros desnudos y pantalón corto (¡en el mes de febrero!), cuya mirada confusa, parecida a la que veces muestran las bailarinas de un show o la propia cantante, expresaba la extrañeza que le provocaba su propia liviana vestimenta. En lo más crudo del invierno, no lo olvidemos.

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Yo por mi parte, como cada mañana cuando salgo de casa a estos menesteres (tomar el aire y avituallarme de pan y prensa me lleva diez minutos), iba en pijama y pantuflas, porque salvo raras excepciones, no me vale la pena vestirme. Así me ahorro el problema actual de qué me pongo, muy difícil de resolver si ya no hay estaciones, las temperaturas son muy engañosas (ficticias, diría yo, falsas como bulos políticos), y la gente, por lo que aprecié el domingo, no sabe en qué mundo vive. Ni idea. Unos se esfuerzan por ajustarse a lo que debería ser, invierno, y al abrigo agregan una bufanda; otros, más realistas, intentan adaptarse a lo que hay, y hasta se pasan como la chica de los tirantitos y el short. Mi pijama era lo más discreto en esa desquiciada variedad indumentaria, y como a la confusión suele seguir la incertidumbre y el desconcierto, en todas partes hay gente que, se ponga como se ponga, no tiene nada que ponerse. Un qué me pongo endémico.

De regreso a casa cavilé que este recalentamiento que tiene al mundo irreconocible, no sólo afecta a la vestimenta, sino a la cultura en general. De ahí las grotescas guerras culturales, y no sólo culturales, porque ni siquiera la ONU sabe qué ponerse ante las matanzas de Israel, que ahora va a por ellos. Cavilación inútil, desde luego, puesto que aunque en pijama, yo tampoco sé ya en qué mundo vivo.