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Escribo esto en jueves, el primer día de carnaval y cuando me lean seguiremos en la movida. En estos especiales días todo se transforma y también el ser humano. Quitando a los niños que no se disfrazan sino que los disfrazamos, en los demás se produce como una transformación profunda, queremos aparentar más que ser, otro personaje muchas veces odiado o temido pero que ahora sentimos como un morbo por ser poseído hasta lo más profundo de nuestras entrañas.

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La apariencia fantasmal, el pistolero o el simple risueño payaso nos cubre por fuera y por dentro y nos embadurnamos de múltiples y llamativos colores, recorremos calles y plazas lanzando serpentinas y puñados de confetis al ritmo enloquecedor de músicas que somos incapaces de reconocer. Y hoy me pregunto de qué van a ir algunos de esos disfrazados y sin echar una moneda al aire porque me podría quedar si ella, diría que a lo mejor hasta veamos a algún Puigdemont acompañado de algunos de sus más fieles, pero no en la rúa junto con la mayoría, sino en grupos separados para que se les note que son independientes y a pesar de que puedan llevar una pancarta que ponga «junts» que hoy podríamos calificarlos como «separats2». Se me olvidaba, yo no me voy a disfrazar por la sencilla razón de que como muchos de ustedes ya vamos todo el año, ya saben, las apariencias esas que tanto nos seducen.