La tabla de restar

TW

De niño, la maestra me enseñó, después de la de sumar, la tabla de restar. En aquel lejano tiempo, las maestras de pueblo enseñaban para la vida, la vida práctica. Y es por eso que, aprendida de memoria la tabla de restar, muy rápidamente la podíamos aplicar. Recuerdo que en mi pueblo nativo se estaba aplicando en los años cincuenta a dos sectores muy precisos de la población: los vanidosos y los locos.

Ambos coincidían en exagerar, ambos «inflaven la botifarra» como se solía decir entonces. A todo lo que decían, les restábamos mucho contenido: si el loco del pueblo te decía que había visto «un ase volar», sospechabas que el asno solo había dado un saltito, y si el fanfarrón, un miércoles, te decía que regresaba de Suiza, sospechabas que regresaba de «fer mercat a Sineu».

«No hi ha temps que no torni», ahorita mismo estamos en las mismas, sacamos constantemente la calculadora para restar. ¿Restar a quién? A dos grupos, especialmente: los portavoces parlamentarios y los comunicadores virtuales. ¿Restar qué? Restar credibilidad. Vamos restando credibilidad a toda palabra que sale de la boca de un político partidista situado ante un micrófono, como también restamos credibilidad a lo que se comparte en redes sociales. Orgullosos, locos, portavoceros y tiktoks resultan casi siempre chocantes, pero casi nunca resultan creíbles. ¿Y entonces? No maldigas la tabla de restar, bendice su uso.