El campo, como la naturaleza en sí, es algo insalubre y contagioso, no apto para blandengues. Esto lo sé porque de joven y en tanto que perito agrónomo, me pasé varios años levantándome antes de las cinco de la mañana para fumigar naranjales, y tras caminar todo el día arrastrando una manguera tras una cuba de 4.000 litros de pesticida muy tóxico (a veces subía al tractor), regresaba de noche a casa hecho un cristo, pero un cristo contaminante. Y al día siguiente igual. Por entonces siempre estaba enfadado; ahuyentaba a las novias.
Hasta que un día que usábamos plaguicidas nicotinados, a inicios de los 70, empezaron a llover en el naranjal pajaritos muertos. Hasta aquí hemos llegado, me dije. Fumar sigo fumando pese a la nicotina, pero al campo ni me acerco. Aflojé, y el campo no es para flojeras. Es jodido de verdad.
Normal que los agricultores estén enfadados, y siguiendo el ejemplo francés, los tractores invadan media Europa, bloqueando carreteras y ciudades en señal de cabreo. Menos mal que la derecha no les acusa de terrorismo agrario. Ah, la naturaleza. Las delicias del campo. Estos políticos que ahora se deshacen en declaraciones de amor rural, no lo aguantarían ni un día. En mi época campestre se había publicado hacía poco «Primavera silenciosa», el libro de Rachel Carson que hace más de medio siglo inventó el ecologismo, la lucha medioambiental y la regulación de los pesticidas. Que es lo que estos días, junto a la burocracia europea, saca de quicio a los tractoristas manifestantes. Exigencias medioambientales y ecologismo radical, dicen. Asfixiante, añaden.
De momento, ya han conseguido que Bruselas, y la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen, además de comprometer más ayudas al sector, frenen la normativa verde de reducción de pesticidas. Sobre que el precio de un tomate se multiplique milagrosamente por diez del campo a la cesta de compra, nadie dice nada. Es el mercado. Y naturalmente, el PP asegura que si en lugar de agricultores fueran independentistas, el Gobierno ya habría resuelto sus problemas. Qué contagioso, el campo. En cuanto se menciona, todo el mundo arrima el ascua a su sardina y saca el tractor. Con una cuba de pesticida.