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Ya no hay fantasmas ni demonios como los de antes. La semana pasada, por estas tonterías que hago de vez en cuando para aligerar el espíritu, vi una peli de fantasmas de los años 80, «El ente», que se anuncia basada en hechos reales y que pese a mi afición y extenso conocimiento del género (soy un autoridad en fantasmas), con razón no había visto en su día. Es mala, disparatada, con fantasma de mierda, psiquiatras, un departamento universitario de ciencias paranormales y, naturalmente, un final abierto, para que el cabreado espectador decida qué le han estado contando.

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Decidí que era la peor peli de fantasmas del mundo, y que por algo pasé de ella cuando era joven y listo. Pero como ahora ya no lo soy, lejos de escarmentar reincidí en el error, y ayer vi una de demonios (también soy un experto en el tema), muy reciente y titulada Expediente Warren, que mira por dónde igualmente se proclama basada en hechos reales. Qué porquería de demonios, señoras y señores, y vaya murga nos están dando con esa gilipollez de los hechos reales. Menos mal que esta ridícula sesión doble de idioteces realistas ha incrementado mi cultura de ultratumba, y me permite formular una hipótesis. Parece que ya no hay fantasmas ni demonios como los de antes, y al verse obligados los guionistas a recurrir a la monserga de los hechos reales, sale lo que sale. Necedades de final abierto, porque con la realidad, claro está, nunca se sabe.

En cambio, sí se sabe en qué quedan fantasmas y demonios cuando de se les aliña de hechos reales. Como si en un western nadie supiese montar a caballo, en la cantina estuviese prohibido fumar, y la chica, muy empoderada, se fuese con el malo. Grotesco. Para hechos reales, ya estamos los periodistas. No hace falta arruinar las ficciones. Ese crimen cultural es mucho peor que si, a la inversa, yo me basase en hechos ficticios para hacer comentarios. Y he aquí mi hipótesis sociológica. Mal asunto, muy malo, eso de que las ficciones intenten basarse en hechos reales, a fin de compensar el espanto de que la realidad política se base en hechos ficticios. ¿Dónde están entonces los fantasmas y demonios? Buena pregunta, sí señor. Y me disculparán que la deje abierta.