Cuando un tipo con mucha pasta me toca un poco las narices, me libera sobradamente para poder decir en voz baja aquello de que es tan pobre que solo tiene dinero. Es una catarsis personal de total autoengaño porque por dentro siempre pienso que ya me gustaría que su cuenta corriente estuviera a mi nombre. Tengo que reconocerlo. Aun así, he de decirle que, para mi desgracia, he conocido muchos ricos y que como en todos sitios, hay gente buena y mala gente entre los millonetis.
A mí me gustaría serlo, qué quiere que le diga, aunque a este ritmo debería de reencarnarme unas cuantas veces. Y si fuera rico, como dice la canción, me gustaría ser como algunos que conozco, y que admiro, que les gusta compartir. La generosidad es una virtud que llega a la excelencia cuando el tipo está forrao. Tiene más mérito porque corre el peligro de rodearse de babosos pelotas lameculos, a veces, difíciles de distinguir porque algunos han desarrollado una técnica asombrosa. Lo más grande de un rico es ser capaz de ser persona y desarrollar su empatía por encima de su voluptuoso bolsillo. Un buen ejemplo son los doscientos cincuenta ultrarricos que han propuesto en Davos que les suban los impuestos para que haya más para los pobres. Usted ha leído bien, no importa que vuelva hacia atrás en el texto. Mientras, si le parece, les daré mi número de cuenta y que vayan haciendo.