La curva del regalo
Estos últimos días, y concretamente este fin de semana de Reyes, la curva ascendente del regalo alcanzará su máximo anual y, tras un brusco descenso, se aplanará poco a poco en niveles algo más manejables. Habrán oído decir con frecuencia, y leído los que todavía leen, que en este mundo nadie regala nada. No es cierto, aunque sea verdad. Todos regalamos demasiado y, al mismo tiempo, cada vez que algún capullo logra un éxito se apresura a asegurar que «a mí nadie me ha regalado nada». Seguro que eso también lo han oído mil veces, pues nada se repite más que las mentiras. Lo que no significa que ese gilipollas esté mintiendo. La aparente contradicción (regalamos demasiado y en el mundo nadie regala nada), que no es aparente sino auténtica, forma parte de la esencia del regalo, al que somos tan aficionados. Prueba de que regalamos en exceso, por encima de nuestra capacidad y posibilidades, es la curva ascendente de regalos que ahora alcanza su tope máximo, y cada año bate récords. Y por supuesto, la existencia de una poderosa industria de artículos de regalo, es decir, objetos concebidos para ser reglados, pues o nadie los quiere para sí, o no puede permitírselos. Industria que a su vez genera abundantes puestos de venta, sin contar Internet, que es el almacén global. Además de los artículos de regalo en sí, juguetes, flores, bombones, joyas, perfumes, etc, la presión de la curva ha convertido en regalos mercancías que originariamente no eran tales, como libros, tecnología o licores lujosos.
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