¡Hombre! La verdad sea dicha, no se me figura un oficio menor: ponerse en Año Nuevo a imitar los trabajos de Nostradamus o en querer ser oráculo de Delfos aunque si me apuran, les puedo decir que pronosticar el futuro del próximo año es cosa fácil, lo difícil es acertar. ¡Vamos a probar!
La cosa epidemiológica la tenemos a mal tener, basta que les diga yo que tenemos siete virus mortales para los que aún no tenemos vacuna y eso no hay que echarlo a barato. Un virus, solo un virus, puede causarnos una devastación. Fíjense la que organizó el Ébola, que según dicen los que saben de estas cosas principió en el mono, y del primate pasó al hombre. ¿Se recuerdan ustedes de cuándo y dónde se originó el sida? Pues fue en Kinsasa, capital de la República del Congo, aunque por aquellos años era conocida como Leopolville y eso tuvo que ser allá por los años 60. O sea, que hace 64 años y aún no se ha conseguido ninguna vacuna. Me admiro al ver que en un plis-plas de la covid aparecieron vacunas como si fueran hongos.
Los negacionistas del cambio climático no han visto como yo este año el desbordamiento de un río cuyas aguas estuvieron a escasos centímetros de entrar en mi casa. El próximo año, me dijeron los bomberos, que habrá más inundaciones y aunque parece una contradicción, habrá también más sequías desertizando muchas comarcas del sur de Europa. Y nuestro país es el sur del sur, a un tiro de piedra del desierto del Sahara africano. No crean que voy a sacar de la chistera las 10 plagas de Egipto aunque no me queda otra que asegurarles que como todos los años, en el 2024 también se va a morir mucha gente y algunos muy importantes y muy principales. Pongo por caso en las finanzas, en la cultura, en alguna monarquía, en el ámbito de la religión, en el deporte, en el espectáculo, en el mundo de la política y cómo no, también entre los millonarios, los que creen que solo ellos han sido señalados por el dedo de Dios. No me gustaría figurar en la lista de los que la van a roscar el próximo año, pero todo puede ser.
Los conflictos de carácter político irán aumentando su maléfico malestar en la sociedad. Tenemos abonado ese terreno con vascos y sobre todo catalanes que no ven el momento de parar la lengua quieta en sus exigencias de todo orden.
Fíjense en lo que dejó escrito el otro día Javier Cercas: «He visto cómo el gobierno pactaba su continuidad con un prófugo de la justicia a cambio de la impunidad de este». En el mismo artículo sigue diciendo: «tenemos una clase política cínica, irresponsable, envenenada por el poder. Hemos tocado fondo». Acaba diciendo Cercas: «esto no es antipolítica, antipolítica es lo que están haciendo ustedes». Por cierto, no vaya a ser que se me olvide, se habrán dado cuenta que los negociadores de Bruselas con Puigdemont van a «cencerros tapados». Es decir, un secretismo absoluto, por algo será digo yo.
La verdad es que cuando veo juntos a los señores Sánchez y Feijóo se me figuran «a un ciego mirando a otro ciego». De esta suerte nos dirigirán ustedes en el año que ahora comienza.
LAS GUERRAS EN 2024 tendrán absurdos imitadores. Otros países verán lícito liarse a tiros matándose entre sí como si semejante brutalidad fuera a arreglar sus eternas desavenencias. Todo y que en el mundo hay en estos momentos una treintena de conflictos bélicos cuyas guerras no hacen si no aumentar la siempre horrorosa posibilidad de un conflicto bélico a escala mundial. Parece muy difícil el dos sin tres. ¿Hay alguien que por casualidad sepa qué beneficio le trajo al mundo la primera o la segunda guerra mundial? La guerra es siempre la piedra con la que el ser humano tropieza una y otra vez. Desde aquel desventurado día en que alguien se encontró una quijada de asno y la usó como arma de destrucción masiva porque eliminó casi a la totalidad del género humano de la faz de la tierra en aquellos tiempos.
En nuestro devenir político en 2024 seguiremos instalados en lo inverosímil, lo irreal, lo deforme, la extravagancia y el lenguaje tóxico, diríase con la imposibilidad de expresarse con un lenguaje de noble y educada factura que nuestros políticos parecen desconocer. Y ese lenguaje está arraigando al extremo de que una señora que se cree política dijo públicamente del presidente del gobierno que era «un hijo de puta». Y la justicia no le ha tomado ningún interés. Sin embargo, un pobre dejado de la piedad humana dio con sus pobres huesos en la cárcel por robar… un canario.