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Como estos días de finales e inicios del año se habla mucho del paso del tiempo, ese asunto al que tantos poetas de todos los tiempos han dedicado la totalidad de su obra, pensé si acaso podría redactar un párrafo de actualidad sólo con refranes y frases hechas sobre ese tema intemporal, ya que, lógicamente, si las frases ya están hechas, para qué voy a hacerlas yo. Así que provisto de papel y bolígrafo, repasé mentalmente mi acervo cultural sobre la fugacidad del tiempo, que no se detiene ni para pasar factura (envía las facturas por correo digital), y ya de paso, rememoré docenas de pelis sobre viajes en el tiempo, líneas cronológicas, bucles temporales y zarandajas por el estilo.

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Así que estoy en condiciones de asegurar que, salvo «Hay un tiempo para llorar y otro para reír» (Eclesiastés 3:4), y «El tiempo pasará» (As time goes by), célebre canción melancólica que tocaban otra vez en Casablanca, casi todos los refranes que hacen referencia al inexorable paso del tiempo son erróneos o falsos, y no hay ninguna película de viajes temporales que no contenga varias chapuzas de bulto. Tonterías, en definitiva; podría ser que no hubiese nada más tonto que disertar sobre el tiempo y sus estragos. Se pueden hacer elegías, pero poco más. Tendré que ser yo quien redacte estas líneas, porque el tema es de actualidad y el refranero no está aquí muy acertado.

El tiempo es oro, el tiempo todo lo cura y no hay mal que cien años dure, sólo expresan deseos largamente insatisfechos frente a males milenarios. Para los bancos sí que es oro, y mejor no preguntar a la gente qué opina de esa sucia artimaña. Poner a mal tiempo buena cara, siendo muy meritorio, no mejora ese mal tiempo. Es como poner buena cara a un banco. Y puede que nunca sea tarde si la dicha es buena, pero qué dicha va a haber si ya es tarde. Disparatado. En cuanto al remedio de dar tiempo al tiempo, en fin, es ya lo que nos faltaba. Tampoco es cierto que más valga tarde que nunca. Para nada. Ya me dirán qué hago yo ahora con aquella belleza que me dio plantón en un bar a los 17 años. No son horas, sería la frase hecha para el caso. Esta sí bastante acertada. Porque el tiempo pasará. El de reír y el de llorar.