Buenos deseos
En principio no tengo nada contra los buenos deseos, muy típicos de estas fechas, porque puestos a desear algo, más vale que sea algo bueno. El problema es que esos deseos, buenos o malos, suelen implicar tener objetivos, planes, proyectos, propósitos y pretensiones, lo que a su vez requiere una actitud voluntariosa, muy molesta de aguantar por la cantidad de decisiones irrelevantes que exige. ¿Alcachofas con habitas tiernas o a la manera de Agrigento? ¿Fritas o estofadas? Hay dos tipos de decisiones. Las que se toman solas, que son las que prefiero porque no te das ni cuenta de que has decidido algo, y las inútiles, comúnmente consideradas las importantes, porque como hemos dicho requieren tener propósitos, objetivos y hasta retos. Ser un pretendiente, alguien que pretende esto o lo otro. Con el gusto que da no tener planes de ninguna especie, y ver qué pasa. Los sabios chinos inventaron varias religiones sobre la base de carecer de deseos, buenos o malos, y sin necesidad de llevar las cosas tan lejos y sacarlas quicio, lo que exige no sólo un propósito firme sino incluso una férrea convicción, yo hace décadas que para el año nuevo me propongo no proponerme nada. O lo menos posible. ¡Y lo meritorio de verdad es que suelo cumplir mi propósito! A grandes rasgos, claro está, con sus más y sus menos y sus pequeños fracasos.
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