Sobre los principios de amor a España, culto al honor, valor frente al enemigo y disciplina, que dan firmeza moral a los miembros de las Fuerzas Armadas, se dictaron desde hace siglos unas reglas y disposiciones que conocemos como Ordenanzas Militares.
Podríamos remontarnos a las Partidas del Rey Sabio o a los Reyes Católicos. Más modernamente D. Sancho de Londoño por orden del Duque de Alba dictó las de 1568, que sobre la disciplina señalaba sabiamente: «sería andar por las ramas hacer ordenanzas para tener a raya a los que han de obedecer, sin introducir primero todas las necesarias para los que han de mandar». Más adelante Felipe IV dictaría otras bien conocidas (1632) durante el triste período de nuestra Historia, que se abrió con la secesión de Portugal y terminó con la Paz de Utrecht. Con los Borbones llegamos a las de 1768 conocidas como de Carlos III «para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de sus Exercitos» (sic) de aplicación también para la Armada -siempre rica en ordenanzas particulares- desde 1769 y para Artillería e Ingenieros en 1802, cuando ya Carlos IV había autorizado a Godoy en 1801 a actualizarlas. Con las debidas adaptaciones, las de Carlos III llegaron hasta nuestros días, cuando en 1978 el Rey Juan Carlos firmó una magnífica recopilación, muy bien elaborada por expertos. Sería revisada por el Real Decreto 96/2009 en el que se volcaba una nueva y discutible ideología -por ejemplo no cita la palabra guerra ni en los pies de página1-, a día de hoy vigentes. Se puede matizar politicamente el articulado, pero el espíritu que las preside es imborrable, sea en paz como la última versión supone, como en guerra, que constituye -para nuestra defensa- la razón de ser de las Fuerzas Armadas.
De este espíritu, extraigo un antiguo artículo del Cabo, el «que debe hacerse querer y respetar» por este orden y no al revés, a quien le ordena ser «firme en el mando, graciable en lo que pueda», también por este orden.
No es sencilla la firmeza en el mando. Y si la toma de decisiones entraña seleccionar entre varias opciones -nosotros las llamamos líneas de acción- seleccionar conlleva renunciar. De ahí la necesidad de tomar decisiones, tras profundos análisis, contrastes y reflexiones. Pero una vez tomada esta, debe mantenerse firme por encima de críticas, amenazas e incluso chantajes. Saber decir no, es una virtud del líder. En cambio el «no es no» por capricho, venganza o pulso político, no lo es.
Decir que si a todo un entramado separatista, no deja de ser signo de cobardía, terreno abonado para futuros conflictos. Repásense los «síes» anteriores al estallido de la Segunda Guerra Mundial. En terreno más cercano piénsese en el clima familiar que se crea cuando se ceden caprichos a uno de los hijos, en perjuicio de los otros.
Asumen las Ordenanzas, ser «graciable en lo que pueda». Por supuesto el político, especialmente el legitimado por las urnas e imbuido del carácter de servidor público, debe disponer y dispone de muchos resortes para ser graciable. En su contención está también la virtud. No puede confundir lo graciable con la estructuración de todo un sistema de clientelismo y fidelizaciones personales. Es decir, debe aplicar los límites de la igualdad, la coherencia y la solidaridad. Si por el interés en decir si, se socava el estado de derecho, se desacredita nuestro sistema judicial, se amenaza a servidores públicos de la Policía, el CNI o la Justicia, se desclasifican los insultos a la Corona, se abren comisiones de investigación parlamentaria a demanda de parte minoritaria, no se hace más que dar oxígeno a formaciones y personas que ahora afloran, descendientes del 3%, del incendio del Liceo, de Banca Catalana, del saqueo del Palau de la Música o del asalto al aeropuerto del Prat, que no representan ni de lejos, a la mayoría del sabio pueblo catalán que incluye e integra a una fuerte corriente migratoria que contribuyó indiscutiblemente a su prosperidad.
Si el ser graciable con ellos por razones políticas cuantificables en contados votos, entraña socavar los cimientos de la Justicia y el desprestigio de sus servidores, priorizar presupuestos económicos a costa de otros, socavar incluso la necesaria unidad y cohesión europea, ya difícil de gobernar con 27 naciones, proponiendo aumentarlas indefinidamente con minorías procedentes de los mismos, que podrían llegar a sumar otros ingobernables 20 entes políticos, es mala solución. Todo además, por satisfacer protagonismos personales en los que difícilmente asoma el interés por el bien general.
No. No se confundan. Las Ordenanzas no dicen «ser graciable en el mando y firme en lo que pueda». Todo lo contrario.
1 Ver magnífico artículo del Brigada de Infantería Jose Atilano Delgado. Revista Ejército 820. Julio-Agosto 2009.
* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 21 de diciembre de 2023.