Sé que los militares en activo no son libres de manifestar públicamente sus opiniones políticas, por lo menos, no deberían. Tampoco los jueces, aunque últimamente se hayan pasado esta exigencia, por lo menos ética, por el arco del triunfo a causa de la ley de amnistía. Y como no me consta que los periodistas estemos exentos de tal exigencia moral, acabo de darme fulminantemente de baja en la Unión de Periodistas, tras recibir un comunicado suyo que podía haber emitido perfectamente cualquier partido ultra en relación con el susodicho proyecto de ley, lo que me ha forzado a seguir la doctrina Groucho Marx: «Jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera como miembro a alguien como yo».
12-XII-23 martes
Me preocupa, como ciudadano del mundo, el auge de la extrema derecha global, reafirmada con el sorprendente advenimiento del ultraliberal de la motosierra Javier Milei a la presidencia de Argentina, y a cuyos fastos acudió la crema de la radicalidad política y, como tal, su aguerrido representante español, quien, contagiado de la euforia ambiental, evocó la figura del Duce/ Sánchez colgado de los pies, como colofón de su criminal trayectoria política.
Por otra parte, tampoco hace tanto que, en una manifestación «progresista», la entonces secretaria de Estado de Igualdad Ángela Rodríguez se lamentara de que la madre de Abascal no hubiera abortado, por lo que sobran los rasgamientos de vestiduras... Son síntomas, alarmantes ambos, de una progresiva degradación del espacio público de la que todos somos responsables, desde los políticos hasta los que opinamos en un ágora cada día más intransitable.
14-XII-23 jueves
Al hilo de lo apuntado en la entrada del martes, me viene a la memoria la teoría de los marcos mentales que desarrollara hace un par de décadas el sociólogo norteamericano George Lakoff («No pienses en un elefante». Edit. Complutense 2007) y que explicaría las diferencias aparentemente irreconciliables que observamos (y padecemos) hoy día en el mundo de la geopolítica.
En resumen, Lakoff defiende que la familia conservadora se estructuraría en torno a la imagen de un padre estricto que cree en la necesidad y el valor de la autoridad, que es capaz de enseñar a sus hijos a disciplinarse y a luchar en un mundo competitivo. El gran logro de la estrategia de los conservadores es, según el sociólogo estadounidense, haber sabido estructurar todos los asuntos políticos en torno a estos valores básicos y profundamente asentados en la mentalidad de gran parte de los ciudadanos, imbuidos además de la creencia (ilusoria como tantas) en un pasado esplendoroso (make América great again).
Los progresistas, por su parte, tienen también un sistema moral que se enraíza en una concepción de las relaciones familiares. Es el modelo de los padres protectores que creen que deben comprender y apoyar a sus hijos, escucharlos y darles libertad y confianza en los demás... Esa capacidad de movilizar emociones es un arma de enorme valor en el contexto de la mediatización de la política, y esos marcos mentales, una vez que se atrincheran, es difícil que se desvanezcan. Concluye Lakoff su interesante reflexión de una manera un tanto sorprendente: «La gente no vota necesariamente por sus intereses, vota por su identidad, vota por sus valores, vota por aquellos con los que se identifica».
Esta teoría de los «marcos mentales» explicaría en parte el panorama actual: si uno tiene el marco inclinado a la derecha, se ve obligado a aceptar íntegramente su paquete ideológico y postularse acríticamente a favor de Israel, la bajada de impuestos y, si es más combativo, contra el aborto, los gays y cualquier cosa que huela a «progre». Si, por el contrario, su marco mental es de inclinación socialdemócrata (hablar de «socialistas» o «comunistas» en la Europa del siglo XXI no deja de ser política-ficción), se postulará a favor de los palestinos, le encantará subir impuestos a los ricos y a las multinacionales, se hará un lío con los derechos LGTBI y eso sí, estará a favor de la ampliación de los derechos sociales, la subida de las pensiones y del salario mínimo etcétera...
Proponer y promover una confluencia entre ambos marcos mentales para que se fecunden mutuamente sería la única manera de cambiar esta deriva insoportable, pero a ver quién le pone el cascabel al gato.
21-XII-23 jueves
Con mi nieta primogénita (ahora ya son tres las damitas) y, como todos los años, recogemos una pizca de musgo del jardín para aderezar el insustituible belén. Es nuestra intransferible tradición. Mientras nos afanamos, pienso en los niños y abuelos de Gaza, pero no se lo digo a Inés. Es un momento de bienestar navideño abuelo/nieta y está permitido cerrar piadosamente los ojos un ratito.
Bones festes a tothom.