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Hace pocos días, Josep Bagur escribió en ese Diario que «hauríem de considerar la industria com un producte local que cal potenciar abans que enyorar» («La indústria no es una batalla perduda», 19/11/23), y afianza dicha afirmación con poderosos argumentos: 1) Menorca todavía puede presumir de su capacidad industrial y emprendedora; 2) la reciente publicación que prueba la superioridad, en número de patentes industriales, de los emprendedores menorquines, respecto al resto balear (J. Hernández Andreu y J. M. Ortiz-Villajos (ed. UJA, 2023); y 3) que, además de las empresas vanguardistas de calzado y algunas de bisutería, muchas fábricas han salvado especializaciones; y al efecto nos recuerda que el empresario bisutero Juan G. Gomila Félix sugirió, con buen criterio, hace ya tiempo, organizar una feria para que la industria menorquina exponga su fortaleza, aunque la propuesta no haya tenido aún acogida.

Estamos viendo que los principales países de la UE, y también EEUU, vienen experimentando, últimamente, una crisis económica, correlacionada con un ostensible declive industrial; y particularmente España. Aunque persistan en Menorca hegemónicas fábricas de éxito internacional, el VAB industrial en la Isla ha cedido alto posicionamiento al sector turístico.

En múltiples oportunidades he significado las ventajas de la industrialización en el crecimiento económico de los países, sintetizando, entre otros argumentos más sofisticados: 1) con datos de 2012 para España, se registra una alta correlación directamente proporcional entre «exportaciones per cápita» y «VAB industrial per cápita»; 2) en cambio, la correlación es inversamente proporcional entre la «tasa de paro» y «VAB industrial per cápita» (M. Sebastián, 2019); y 3) las empresas industriales tienden a proporcionar mayores niveles de productividad laboral, de capital y, sobre todo en innovaciones tecnológicas, garantes de niveles salariales más altos, respecto a otros sectores económicos.

Efectivamente, es importante el equilibrio entre el campo, la industria y los servicios. En 1887, la distribución socioprofesional por actividades en Menorca, cifraba el 45 % para el sector primario, el 33,78 % al manufacturero, y el 21,6 % para el terciario (J. M. Escartín, 1996) (en Mallorca eran el 71,6 %, el 14,10 % y el 14,10%, respectivamente). En 1969 se inauguró el aeropuerto de Menorca en Mahón. Entre 1960 y 1975, las sociedades domiciliadas en Menorca crecieron en capital social; y entre 1968 y 1975, la Renta per cápita menorquina creció a un ritmo superior al 10% anual, porcentaje superior al del resto de España (Ferré-Escofet y otros, «La vía menorquina del creixement», Banca Catalana, 1977). En 1975, la renta industrial era el 45% del PIB menorquín. Desde entonces la desindustrialización de la isla ha sido imparable: en 2000 el VAB industrial cayó al 18% y en 2007 era el 12%. Estos dos últimos datos (Eva Asensio y otros, «Estimación del Valor Añadido Bruto Menorquín: 2000-2007», Ayuda investigación IME, 2009) responden a cálculos directos del VAB menorquín, cifrado en euros y desagregado por sectores y localidades de la Isla; así debería hacerse todos los años, lo cual orientaría las inversiones empresariales y a las autoridades económicas.

Señalo la importancia del reconocimiento a la eficaz labor de la Cámara Oficial de Comercio, Industria, Servicios y Navegación de Menorca, que viene cumpliendo con su cometido coordinador de objetivos empresariales, tanto en su específica diversidad, como en sus relaciones intersectoriales, siempre al servicio de una efectiva consolidación de fructíferas redes comerciales, instrumento antiguo y básico para el pretendido equilibrio entre las principales actividades económicas.

El largo proceso industrializador finalmente tuvo su expresión, muy efectiva, en Menorca. La primera industrialización (1850 -1873), como en los epígonos modélicos, se fundó en la industria del trasporte, lógicamente aquí naviero, en la manufactura textil algodonera moderna y en la disponibilidad monetaria-financiera; además de la continuidad de la construcción naval dispuesta al servicio de los buques de vapor, también la orfebrería; así como la industria harinera impulsada por vapor.

Después de una crisis en algún sector en 1868-1874 y puntual en el calzado (1875), iría emergiendo la segunda industrialización en Menorca; la protagonizaron las fábricas energéticas, de luz y gas (1892), la construcción de motores navales, empresas de bolsos de plata, la industria metalúrgica en general, el calzado y la construcción moderna de obras públicas y privadas.

Después de la guerra civil se registró, en torno a 1950, un nuevo empuje industrial con la electromecánica y la bisutería, que, junto al calzado y la agroalimentaria fueron todas ellas industrias exportadoras de éxito. Finalmente, en los años de 1960, se iría consolidando lo que habían sido los albores turísticos.

Con todo, una novedad del libro de Hernández Andreu y J.M. Ortiz-Villajos, antes referida, es la investigación y muestra de las patentes en Baleares, y particularmente en Menorca, que contribuye a evidenciar el modelo esencialmente de naturaleza industrializadora del crecimiento económico menorquín. Menorca no tiene patentes en el sector primario y el 97,5 % son innovaciones industriales, a diferencia de Mallorca, donde las patentes se distribuyen en todos los sectores; y la concentración mallorquina en innovaciones industriales (77,1), es importante, pero inferior a la de Menorca. Comparto que la economía y sociedad menorquina necesitan una gran Feria donde exponer e impulsar la realidad industrial de la Isla con sus ventajosas expectativas de crecimiento y pretendido bienestar social.