Les coses senzilles
El niño sin tambor
Cuando venía Navidad nos deteníamos a contemplar las figuras que decoraban el escaparate de La Flor de Nieve, lleno de monedas, carbón, brujas, enanos, cajetillas de tabaco y hasta cerillas, todo hecho con azúcar y chocolate. Hasta había revólveres de chocolate, y mi amigo decía que podíamos hacer como en las películas, decir, «¡Saca, Joe!», apuntar a Joe y de repente pegar un mordisco al cañón y comérnoslo, mientras nos desternillábamos de risa. O bien podíamos simular un atraco, «¡Alto, la bolsa o la vida!». «La bolsa no la tengo», respondería el atracado, «y la vida no es mía». Y nosotros nos comeríamos la pistola para pasmo de la víctima. ¡Qué divertido, ja, ja, ja! Y de pronto, ¡zas!, el cura venía de por detrás y nos pegaba un sopapo de aúpa. ¡Zumba! ¡Cómo nos pegaba el cura! Tenía los brazos como palas y el ceño eternamente fruncido. Mi amigo equivocó una vez la e por una o en una redacción; «¿Qué pone aquí?». Y mi amigo: «Ceño, pone». Y el cura: «Aquí no pone ceño, aquí pone c…ño».
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