En el divertido libro «Los cigarrillos son sublimes», de Richard Klein, tras calificarlos de magnífico y hermoso instrumento civilizador, este profesor universitario de literatura francesa nos recuerda que «fumar se entiende por lo general como sinónimo de no hacer nada». Algo más sublime todavía, en tanto que equivalente a calma, indiferencia, estolidez y cierta displicencia, sobre todo, añadimos nosotros, si tienes el cigarrillo en la boca, las manos en los bolsillos y te van a fusilar. En cuyo caso ese último cigarrillo marca una indiscutible superioridad moral, un aquí me las den todas, a mí qué.
Comprendo que no son buenos tiempos para hacer elogios del tabaco, incluso está prohibido, pero comprenderán ustedes que no sería de recibo confeccionar un listado riguroso de grandes inventos de la humanidad, sin citar los cigarrillos. Eso sí, avisando de sus graves peligros para la salud, lo que me apresuro a cumplir por pura rutina. Para sus placeres y beneficios pueden leer «La conciencia de Zeno», obra maestra de Italo Svevo sobre un fumador que se pasa la novela intentando dejar ese vicio sublime que todo lo transforma en humo. Como la vanidad de vanidades del Eclesiastés, en efecto. Porque el tabaco no sólo permitía fumar la pipa de la paz, sino soportar guerras atroces en el fangoso horror de las trincheras, así como ejercitar la generosidad y el compañerismo ofreciendo el arrugado paquete, aunque eso signifique fumar menos después, o no fumar. El hermoso instrumento civilizador mencionado.
Y ahora recuerdo que esos malos tiempos para los cigarrillos no empezaron ayer, porque hace treinta años, más o menos por el cincuentenario de la muerte de Saint-Exupéry, visitando yo el metro de París lleno de grandes fotografías de Camus, observé que de su comisura había desaparecido el eterno cigarrillo. Qué vileza, quitarle el cigarrillo a un muerto. Ni a Camus respetan las normas sanitarias. A Sartre también se lo habían borrado de los dedos, pero eso ya me dio igual. ¿Y es ahora el mundo mejor? No, es mucho peor, y también las novelas, las películas y los romances heterosexuales. Eso sí, parece que es más sano. Menos mal que me queda el sublime arte de no hacer nada.