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Hace unos años leí que en los teatros argentinos se había puesto de moda «El consultorio de Milei», un peculiar show protagonizado por Javier Milei, un excéntrico economista que salía al escenario envuelto en una bandera de Gadsten. En la escenografía, Milei lanzaba gestos obscenos e insultaba y escupía sobre un retrato del célebre John Maynard Keynes, gritando que la obra del economista británico es «pura mierda». Hoy ese señor es el presidente de la República Argentina.

Javier Milei, que antes de ser un personaje televisivo había sido portero de la cantera del club Chacarita y economista del grupo Eurnekian (uno de los mayores conglomerados empresariales de Argentina), se considera de ideología anarco-capitalista. Su convencimiento de que el mercado es siempre más eficiente que cualquier otra institución a la hora de asignar recursos es tal que llegó a defender la idea de privatizar las calles: «Así cada uno se encarga de su calle y eso genera ingresos. Cada vez que piso una baldosa escupe socialismo».

Pero aparte de ser anarco-capitalista, Milei también es un neorreaccionario. Los neorreaccionarios consideran que mediante la democracia parlamentaria no se pueden dar cambios de calado en la sociedad. La democracia constituye para ellos un régimen enfocado en consumir, no en producir e innovar, lo que le lleva a poner siempre el foco en la redistribución. La democracia termina creando una sociedad de parásitos que viven de un Estado que ahoga a impuestos a la minoría que se esfuerza por producir e innovar. Esto es así porque los políticos quieren ganar elecciones y, para ello, necesitan una red clientelar.

Por otro lado, los neorreaccionarios argumentan que el marxismo, pese a perder la batalla económica, ganó la batalla cultural en las democracias occidentales. La victoria del marxismo cultural se manifiesta, sobre todo, en lo que ellos denominan la ‘corrección política'. La corrección política viene a representar una hegemonía cultural impuesta por la izquierda: educación sexual en las escuelas, legalización del aborto, lenguaje inclusivo, derechos de los animales, preocupación por el calentamiento global, etc. Todas estas cuestiones, junto con la acogida de inmigrantes, no hacen más que contribuir a mantener el status quo y los privilegios de las élites. De este modo, mucha gente cree que apoyando a Milei hace la revolución y se une a la cruzada contra la tiranía de la corrección política.

Tal y como sugiere el historiador argentino Pablo Stefanoni en su magnífico libro «¿La rebeldía se volvió de derechas?», los actuales movimientos libertario-reaccionarios tienen un enorme potencial para presentarse como ‘rebeldes' ante el statu quo, algo de lo que el progresismo muchas veces ya es incapaz. Y por eso es muy peligroso. Los argentinos han hecho presidente de la República a una persona manifiestamente antidemócrata y contraria a la existencia del Estado; a alguien que afirmó que «entre la mafia y el Estado, me quedo con la mafia; la mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente, la mafia compite». El pueblo argentino ha cometido un grave error poniendo su destino en manos de un reaccionario antiestado. Y lo pagará muy caro. Nos queda el consuelo, parcial, de que la tragedia argentina ponga en sobreaviso a la comunidad global.