Falsa identidad
Por capricho y mero pasatiempo, a veces me confecciono falsas identidades mentalmente. De viejo cascarrabias francés, de escritor ruso represaliado, de joven medio tonto guionista de series basadas en hechos reales, de poeta chino borracho de la dinastía Tang, de esto y de lo otro. Identidades falsas hay todas las que quieras, nacionales, culturales y profesionales, y en la variación está el gusto. De género no, me aburren mucho esas identidades (como las históricas y las religiosas), pero el resto las clavo. Algunas sólo me duran diez minutos, porque no valen la pena y dan bastante grima, como la de diputado minoritario determinante, pero con otras se puede pasar la tarde. Eso sí, procurando que no se te quede pegada, que luego ya no hay forma de quitársela de encima. Hay identidades propias de uso general extraordinariamente pegadizas. Mejor no tontear con ellas. Una de mis favoritas, a la que recurro cuando me noto melancólico y desganado, es la de ladrón de cajas fuertes dotado de un tacto exquisito.
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