Los engañabobos son unos dulces típicos de Extremadura. Llevan harina, un poco de vino, anís, limón y se fríen en aceite de oliva, luego se rebozan en azúcar como si fueran buñuelos. Pero ahora no quería referirme a esos «engañabobos», sino a aquellos anuncios que proliferan en los móviles aconsejando tal o cual remedio poco menos que milagroso para todo tipo de necesidades, y a los artículos que según la publicidad son indispensables para nuestra felicidad. Esos engañan a los bobos y a los no tan bobos también. Son remedios que me llevan a pensar en los charlatanes de los Westerns, que anunciaban jarabes con poderes casi mágicos que eran puras engañifas y a lo mejor estaban hechos con agua y regaliz. Charlatanes, mercachifles y hasta predicadores, falsos mesías que los italianos bautizaron como «ciarlatano», vendedores de supuestas medicinas que iban en carros por los pueblos atrayendo a la gente con música y espectáculos para vender elixires capaces de curarlo todo, incluso el alma. También me acuerdo ahora de lo que me contó don Fernando Rubió Tudurí, que se hizo rico con mucho trabajo y vendiendo un reconstituyente de sabor agradable que se llamaba Glefina. Me dijo que una vez le visitó un marido atormentado porque no conseguía tener hijos y le dio un frasco de Glefina. «Pruebe esto», le dijo. Y el hombre no tardó en tener familia numerosa porque, ya se sabe, la fe mueve montañas.
Les coses senzilles
Engañabobos
06/11/23 4:01
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