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El «Efecto de lengua extranjera», o Foreign Language Effect, en inglés, hace referencia a los supuestos beneficios de estudiar una lengua diferente de la materna. Según dicen, al hablar otra lengua cambiamos nuestro modo de ver el mundo, es decir, nuestra psicología. Si usamos una lengua muy estructurada como el inglés, podemos ser más racionales que hablando castellano, mientras que los extranjeros que aprenden español pueden ser más intuitivos, sin dejar de ser la misma persona. Además, se dice que el hecho de aprender otras lenguas aumenta el volumen del cerebro, previene la demencia, mejora la aptitud para las matemáticas, incentiva la creatividad, afina el oído y aumenta la autoestima. También dicen que al hablar nuevas lenguas cambiamos nuestras decisiones, somos menos crédulos, menos emotivos. La explicación que se da radica en que las lenguas aprendidas en clase necesitan de estudios gramaticales, presentan más dificultades de vocabulario y se adquieren a edades más avanzadas que la lengua materna. Es como si dijéramos que ya no nos chupamos tanto el dedo, ya no creemos en los Reyes Magos y vamos a lo positivo, a lo que se puede definir con menos palabras y llamamos al pan, pan y al vino, vino. La estrechez de vocabulario, por otro lado, nos hace más correctos, porque nuestro repertorio de tacos, expresiones groseras y juramentos se reduce en gran manera. Y todo eso, con medio peso. Pero también con nuestro esfuerzo, lo que debe de redundar en un buen ejercicio de voluntad.

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Se me ocurre que a los hablantes ingleses —sobre todo los de Estados Unidos— les tiene que venir muy bien aprender otra lengua para darse cuenta de la realidad del mundo, puesto que están mal acostumbrados debido al hecho de que quien más quién menos sabe unas cuantas palabritas en inglés y deben de creerse los amos del mundo. Y los castellanoparlantes también deben de beneficiarse mucho aprendiendo otra lengua, puesto que el castellano —o español— es también una lengua muy difundida. Me dijo una vez un profesor que cuando llegó a Menorca creía que estaba en el extranjero, porque no entendía nada. No se había hecho a la idea de que en nuestro país existen otras lenguas, y además se hablan. De esto hace ya algún tiempo, hoy seguramente sabría que hasta en el parlamento se ha reconocido el uso de las lenguas autóctonas, y a lo mejor deja de ser generalizada la idea de que las «otras» lenguas son algo romántico y en realidad no se usan en la vida diaria.