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Con lo de Israel llegan voces exigiendo la conformación de un Estado palestino, tal como se prometió hace un siglo. Desde entonces hemos visto cómo han evolucionado los acontecimientos hasta el callejón sin salida en el que se ha convertido la región. La mayoría pensaría con lógica que la democracia, las elecciones libres, la constitución de instituciones modernas y un cuerpo legislativo son las mejores herramientas para el desarrollo de una nación, sus gentes, sus derechos y convivencia. Y suele serlo en muchos casos.

Sin embargo, a lo largo de los años también hemos visto cómo ocurre lo contrario. Estados Unidos y sus aliados mantuvieron en alto esa bandera durante décadas, convencidos de que la democracia se puede exportar e implantar en cualquier territorio y eso bastaría para afianzar las libertades en ese lugar. Vimos la deriva iraní hacia el régimen monstruoso que es hoy, Afganistán, el intento de normalizar la vida política argelina…

En 1991 Argelia parecía lista para volar por sí misma, treinta años después de independizarse de Francia. Se convocaron las primeras elecciones democráticas para que los argelinos se dotaran de su propio gobierno. ¿Qué eligieron? Masivamente convertirse en una república islámica gobernada por la sharía, al estilo afgano o iraní. En el último momento los dirigentes postcoloniales dieron un golpe sobre la mesa y anularon los comicios. Algo absolutamente antidemocrático, pero que salvó al Magreb de transformarse todo él en un infierno, a las puertas mismas de Europa. En las últimas elecciones en Gaza la mayoría absoluta votó a Hamás. Ahí está el resultado, un Estado fallido y un pueblo hacinado que vive de la caridad internacional. ¿Podemos confiar en la democracia?