Las inmobiliarias de Balears están moscas porque, dicen, está cayendo la compraventa de propiedades por parte de extranjeros y eso va a resentir las cuentas públicas de la comunidad. La noticia, que alegra a todo el que no aspira a vender su casa a un guiri, es en cambio motivo de preocupación para los afectados.
En una región como la nuestra, donde un tercio de las propiedades inmobiliarias acaban en manos de extranjeros -especialmente de muy alto poder adquisitivo-, que estos dejen de comprar es una buenísima noticia. No para quien pretende vender una gran mansión, que ese sí está enfocado en el mercado de alto standing, dominado por foráneos y es probable que no tenga nada que temer. Lo que sería deseable frenar es la venta de viviendas normales y corrientes en barrios normales y corrientes a precios irreales a gente que se lo puede permitir porque en su país el nivel de vida es elevadísimo.
El dueño se queda encantado, qué duda cabe, el inmobiliario que ha gestionado la transacción cobra una comisión absurda por su pequeña participación en el negocio y las arcas públicas se llevan su pico vía impuestos. Este es todo el beneficio. Que será mucho, qué duda cabe, pero es infinitamente mayor el perjuicio para la sociedad en su conjunto. Porque cuando Pep vende por trescientos mil, Paco quiere vender por trescientos cincuenta mil y Tomeu por cuatrocientos mil. Y así hasta el infinito. Por eso vemos pisitos pequeños en calles sencillas de Santa Catalina que se acercan al millón. ¡Por favor! Y el cáncer gentrificador se extiende sin remedio hacia los barrios más insospechados. ¿Que los extranjeros pierden interés en Mallorca? ¡Aleluyah! Los inmobiliarios se pueden ir a Marbella.