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Nunca estuve en la Plaza del Peso de la Paja, ni en la de Palma de Mallorca ni en la de Barcelona. La de Barcelona me suena porque salía en la radio cuando aún no había televisión entre nosotros, creo recordar que anunciaban un comercio o algo así. Ha llovido mucho y mi memoria es nebulosa. La de Palma de Mallorca era el lugar donde se pesaba y vendía la paja y se recaudaban los impuestos sobre los cereales. También recuerdo el chiste que corría entre mis compañeros de colegio. Los listillos preguntaban a ver qué pesa más, un kilo de paja o un kilo de plomo. La respuesta solía ser: «Un kilo de plomo». Resulta claro, sin embargo, que ambas cosas pesan un kilo. Es como lo del caballo blanco de Napoleón: «¿De qué color era el caballo blanco de Napoleón?». Pero la paja puede llegar a pesar mucho más –o mucho menos– si nos referimos al uso malsonante del término: «Acción y efecto de masturbarse». Entonces debe de ser difícil calcular el peso de la paja. Esto me lleva al bulo de las monjas pajilleras. Se trata de un bulo que corre por internet desde hace media docena de años. Un bulo es una noticia falsa que a menudo se difunde para perjudicar a alguien. No hay nada cierto en esta información, que sin embargo resulta de lo más vistosa. Según ella existía a mediados del siglo XIX una orden religiosa denominada Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios de Málaga. La misión de estas «pajilleras de caridad» era dar consuelo a los soldados heridos en la Guerra de Sucesión para descargarles la ansiedad. El bulo asegura que la iniciativa constituía un rotundo éxito y que fue copiada en otros lugares. Pero se trata de un cuerpo que nunca existió.

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Para dar al invento tintes de veracidad se llega a contar que surgieron diversas organizaciones similares en España y en el extranjero: El cuerpo de pajilleras de la Reina, las Pajilleras del Socorro de Huelva, las Esclavas de la Pajilla del Corazón de María y hasta las Pajilleras de la Pasionaria durante la guerra civil española. Otras organizaciones habrían proliferado en México durante la guerra civil mexicana, las Hermanas de la Consolación, o en las Antillas, donde se trataría de matronas sexagenarias, o en Brasil –las beixapau–, o en Paraná, donde eran conocidas como las Hijas de Nuestra Señora del Vergo Encarnado. Alguno dirá y con razón que todo esto no lo cree para nada (Para na: Paraná). Resulta revelador que la mujer no salga nunca demasiado bien parada de supuestos como estos.